Rindiendonos al amor

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Solemos pensar en el término “rendición” o “entrega” como algo negativo. Lo hemos visto en las películas miles de veces, los débiles son los que sacan la bandera blanca en las guerras en señal de rendición y los fuertes son los que nunca, ¡jamás! se rinden.

Llevo unos años dándole vueltas al echo de que realmente no entendemos que Dios es amor y por lo tanto nos da miedo rendirnos. No estamos seguros de lo que va a hacer. El no saber el futuro, el no saber si nos va a pedir que dejemos nuestros trabajos o que vayamos a otro país o que hagamos el ridículo delante de nuestros seres queridos, nos pone nerviosos. Pero, ¿y si realmente es quien dice que es? ¿y si es amor y todo lo que nos pide es bueno?

El reino de Dios funciona al revés que el reino natural. En el reino de Dios, la rendición es positiva. Yo me rindo para que Él gane, yo me rindo para que Él me haga fuerte, yo me rindo para que Él sea glorificado. En el mundo la rendición es despreciable pero en el reino hay belleza y victoria en completa rendición…porque Él es amor.

La realidad es que cuando nos rendimos – diariamente más y más – no nos estamos rindiendo a una persona con un plan egoísta, nos estamos rindiendo al amor y cada vez que nos rendimos, cada vez que le decimos de corazón “aquí estoy, haz lo que quieras, envíame a mí”, estamos permitiendo que él nos revele las profundidades de este amor. Verdaderamente Él está “por nosotros y no en nuestra contra” y cualquier plan que tiene para nosotros no es sólo mejor para el reino, sino que a la larga es mejor para nosotros.

Así que, hoy, mientras te rindes más a él, recuerda que no te estás rindiendo o entregando a una persona terrenal. Te estás rindiendo a una persona cuyo nombre es amor.

Amistad real vs. emociones

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¿Qué ocurre cuando vives al 100% una amistad con Cristo!

Del 18 de febrero al 3 de marzo estuve en Colombia con un equipo de músicos de España. Cada noche (y muchas mañanas) estuvimos ministrando en diferentes sitios y aunque cada reunión fue diferente, todas tenían algo en común: Dios nos habló como un amigo cercano, dirigiendo cada momento.  Pudimos experimentar qué es lo que sucede cuando lo pones todo en Sus manos.

En una reunión le pregunté:
– Espíritu Santo, Cristo: ¿hoy qué quieres hacer?  y contestó: – “quiero que alabéis y enseñéis con vuestro ejemplo lo que es tener una amistad conmigo y pasarlo bien conmigo”.  Y eso fue lo que hicimos. En otra ocasión, Él habló y dijo: “quiero sanar estómagos y problemas de espalda”

En otra ocasión específica, le pregunté:
– “Dios, ¿qué quieres hacer?” y Él contestó: – “quiero sanar corazones”.

Tengo que admitir que mi reacción inicial fue:
– “¡noooo! Dios, ¡eso no!”.

¿Por qué reaccioné así? Por dos razones. La primera, es porque sé que la música puede ser algo muy emotivo, las canciones rápidas nos hacen saltar; las lentas nos hacen llorar y no quiero en ningún momento usar la música como método de manipulación emocional. Anhelo fervientemente que la alabanza no sea un método para jugar con las emociones, sino que realmente podamos aprender a estar en Su presencia y seguirle a Él. Llorar cuando es tiempo de llorar, reír a carcajadas cuando es tiempo de reír, tirarnos postrados, saltar, cantar a voz en cuello y también estar en silencio. La segunda razón por la cual reaccioné así es porque como latinos -e incluyo también a los españoles-, muchas veces tendemos a ser muy emocionales y a reaccionar en la presencia de Dios con lágrimas y luto en vez de con gozo y paz. Una de mis pasiones personales es enseñarle a la iglesia de Cristo lo divertido, personal y … gracioso que es Dios. Quiero que aprendamos a ver todas las facetas de nuestro padre.

Cuando empecé a quejarme y le dije:
– “¡Noooo! Dios, ¡eso no!”
Él contestó: “Sí, pero no te preocupes, lo voy a hacer a mi manera, de forma organizada y ordenada”.
– “Ok, Dios, si es a tu manera entonces sí”,  contesté yo.

Durante el siguiente tiempo en su presencia diferentes personas pudieron perdonar, pudieron dejar que Dios soplase con su dulce espíritu sobre las heridas de sus corazones, y sin un gran llanto y sin un gran drama (incluso sin un llamado), la gente fue libre. Después de la reunión hubo testimonio tras testimonio de la libertad que Su presencia había traído.

Estas dos semanas en Colombia fueron un ejemplo tan claro de lo que puede pasar cuando dejamos que Él dirija todo y de lo que pasa cuando tenemos una amistad con Él. En su presencia verdaderamente hay sanidad, tanto física como emocional. En su presencia hay gozo, hay libertad, hay invitaciones a entrar a niveles más profundos de amistad con Él, hay salvación y hay paz.

Cristo dijo “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (Juan 15:15). Aunque en este versículo en particular Cristo está hablando con sus doce discípulos, creo que es una realidad para cada uno de los que hemos rendido nuestras vidas a Sus pies. Ya no somos esclavos, somos amigos y Él está anhelando guiarnos como un amigo cercano.

La primavera está llegando

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enía otra cosa en mente para el siguiente post en mi blog, pero sucedió algo hace unos días demasiado bueno para no compartir.

Hace tres días entré a una tienda con una amiga con el propósito de recibir una palabra de parte de Dios para la mujer que estaba trabajando allí. Después de dar una vuelta y mirar los artículos de la tienda, ninguna de las dos teníamos una palabra fuerte para ella, pero sentimos decirla que nos gustaba su corazón de Madre. Así que, cuando fuimos a salir de la tienda y ella nos dijo su “gracias por venir” habitual, nosotras la contestamos “antes de irnos, sólo queríamos decirte que somos creyentes y que nos encanta el corazón de madre que tienes”. De repente se le pusieron los ojos como platos y dijo:

– ¿Hacéis reiki?
– No – contestamos nosotras – preferimos movernos con el Espíritu Santo.
– ¡Ah! pues deberíais probar reiki – dijo ella – no se opone al Espíritu Santo y puede que funcionen bien juntos.
– Um…¿pues qué te parece si oramos por ti y así puedes sentir al Espíritu Santo y comparar los dos a ver que te gusta más?
– ¡Vale! – dijo ella – ¿qué tengo que hacer?

Oramos por ella y empezó a sentir el calor de Dios. Nosotras la explicamos, que cuando sientes la presencia de Dios, siempre está saturado de Su amor, porque Dios es amor. Luego la preguntamos si tenía problemas de espalda a lo que sorprendida, dijo que sí. Pudimos orar por su espalda ¡y fue totalmente sanada! Después nos preguntó:

– ¿Cómo sabíais que tenía problemas de espalda?
– Bueno – contestamos nosotras – hablamos con Dios y Él nos lo dijo.
– Ah – dijo ella – ¿podríais preguntarle como se llama mi angel de la guarda?
– Bueno, podríamos preguntárselo – dijimos nosotras – pero una vez que tienes una relación con Dios, no te importan los ángeles. Sabes que están allí, pero estás tan enamorada de Dios que no te molestas en hablar con los ángeles. Sería como hablar con un perro cuando tienes un amigo delante.
– Uff – contestó ella – yo he pensado en hablar con Dios pero me da mucho miedo.
– Sí, Dios da mucho miedo – dijimos nosotras – pero es porque es perfecto. Nosotras no podríamos hablar con Dios si no fuese por Cristo.

Luego proseguimos a explicarla como todos somos pecadores y necesitábamos un intermediario para poder acercarnos a Cristo. La dijimos que Dios tuvo que hacerse hombre para que nosotros pudiésemos conocerle.

– ¿Sabes cuál es la diferencia entre todas las religiones del mundo y el Cristianismo? – la pregunté – En todas las religiones del mundo te estás esforzando para agradar a un Dios o para cambiarte a ti mismo, y el Cristianismo es la única religión del mundo que admite que nunca podremos. Otras religiones se esfuerzan para alcanzar a alguien, pero Dios se hizo hombre y vino al mundo para alcanzarnos a nosotros.
– Wow – dijo ella – nunca lo había pensado así, pero ¡es verdad! ¿qué tengo que hacer para conocer a Cristo?

Pudimos decirla que tenía que pedir perdón por sus pecados y aceptar a Cristo como salvador. La dimos un evangelio, oramos con ella y la dimos nuestro teléfono. ¡gloria a Dios!

Quería contar esta historia, no sólo para celebrar una gran victoria y una fiesta en el cielo, sino también porque creo que es un testimonio más de que es el tiempo para España. Estamos empezando a ver los brotes verdes de la primavera. Cosas que han sido profetizadas y declaradas durante años están empezando a suceder; cosas que yo honestamente pensé que igual, si Dios era muy muy bueno, mis hijos o nietos podrían algún día ver….¡y lo estamos viendo ahora!

Tenemos el mandato de “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Puede sonar como una misión muy grande, pero no lo es. El verbo “ir” en el Griego original, no se refiere tanto a “hacer las maletas y salir a otro país” sino que es “mientras vas”. Mientras vas a clase trae el reino, mientras estás en el trabajo, mientras cenas con la familia…mientras vas a una tienda, predica el evangelio a toda criatura.  “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos.  Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros á su mies” (Mateo 9:37 y 38).

Buscando a los tesoros de Dios

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La semana pasada tuve el privilegio de dar un seminario en Barcelona sobre el evangelismo y la sanidad. Di una pequeña charla sobre cómo orar por enfermos y una pequeña charla sobre como hablarle a la gente sobre su necesidad de un salvador y sobre la cruz, sin condenarlos.

Después oramos y nos llenamos de más de Su presencia para así salir y buscar a gente en la calle. Antes de salir, nos gusta pedirle a Dios que nos enseñe por quién orar. Algunos sintieron encontrar a gente con ciertos problemas físicos, otros vieron cosas específicas como “una señora con un bolso rojo” o “alguien con un paraguas en la mano”, etc. Un hombre que asistió al seminario, tuvo una visión del número 54. No sabía si era una matrícula de coche, el número de la casa, un logo en una camiseta…sólo sabía que tenía algo que ver con el número 54. Nos dividimos en grupos y salimos en busca de gente a la que hablarle de Cristo. Este hombre, fue con un compañero en busca de algo que tuviese que ver con el 54. Su compañero había apuntado “alguien con un problema emocional”. Después de 40 minutos sin encontrar nada, decidieron meterse en una cafetería para tomar un café.

Estaban tranquilamente hablando cuando de repente, uno de ellos dijo “¡mira el reloj! son las 5:20 (una mano del reloj señalando al 5 y la otra mano señalando al 4). Justo debajo del reloj había un grupo grande de hombres viendo un partido de fútbol en la televisión. “¿qué hacemos? hay un montón de gente…”. Decidieron orar. Después de orar, sabían con quién tenían que hablar. Uno de los hombres fue resaltado por el Espíritu Santo y ahora, sólo tenían que esperar al momento perfecto. Al poco tiempo, el hombre se puso de pie y salió a fuera, éstos le siguieron fuera y le contaron toda la historia:

– Perdona – le dijeron – hace unos minutos estábamos orando sobre con quién hablar y por quién orar y Dios nos enseñó un 54, y tú estabas justo debajo del reloj que mostraba y 5 y el 4. Dios nos dijo que nos encontraríamos con alguien que tendría problemas emocionales ¿tienes algún problema emocional?

– Sí – contestó el hombre asombrado – de hecho mi mujer me acaba de dejar y antes de ayer se murió mi abuela…

El hombre estaba totalmente asombrado. No dejó de decir “estoy temblando…no se qué decir…me estáis dejando…wow…”. Pudieron orar por él, darle su información de contacto y compartir con él el amor de Cristo.

Algo que no dejará de asombrarme nunca, mientras tenga vida, es el hecho de que nuestro Dios es tan grande, inmenso, potente y poderoso, pero se preocupa por cada persona pequeña y diminuta. Ama tanto a la gente que moviliza a Su cuerpo para ir y buscar a las ovejas perdidas, aunque sólo sea para decirles “te veo…te amo…te conozco por nombre”.

Aunque este hombre al que encontraron y ministraron, no dio su vida a Cristo (todavía), una semilla fue sembrada y regada, y el crecimiento y fruto será para gloria y honra de Su precioso nombre.

“Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas.Él recoge en un cántaro el agua de los mares, y junta en vasijas los océanos…Él es quien formó el corazón de todos, y quien conoce a fondo todas sus acciones.” Salmo 33:6-15

Celebrando la cosecha

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Llevo un tiempo pensando en la siembra y la cosecha. Dios nos dio el ejemplo de que el reino funciona así: algunos siembran, otros riegan, otros cosechan, pero Dios es el que da crecimiento.

Lo que he estado pensando durante los últimos meses es lo siguiente: necesitamos tener la cosecha en mente. El saber que viene una cosecha, es lo que al fin y al cabo, nos lleva a sembrar y a regar, pero a veces glorificamos y alabamos la cosecha e ignoramos el hecho de que para que hubiese una cosecha, alguien tuvo que sembrar y regar. El olvidarnos de celebrar la siembra es lo que muchas veces nos lleva a cansarnos.

Ayer por la noche, una de mis compañeras de casa vino a preguntarme sobre mi horario de hoy, ya que quería coordinar quien iba a usar el baño y cuando (somos cuatro chicas compartiendo un baño). Yo me ofrecí para entrar al baño a las 7:30 de la mañana. Automáticamente puso cara de preocupación y dijo “um….esto significa que yo me tendré que despertar a las 6:30…”, rápidamente cambié mi plan y la dije “no, si quieres yo me despierto a las 6:30 y tú puedes entrar en el baño a las 7:30″ (otra de las chicas ya había pedido usar el baño en la franja intermedia de las 7). Ella lo agradeció y se fue a su cuarto. Mi primer pensamiento (siendo honesta) fue “uff, que pronto me voy a tener que levantar”, mi segundo pensamiento fue “¡wow! ¡estoy sembrando en mí misma al despertarme tan pronto! estoy sembrando el poder servir a mi compañera de piso dejándola dormir una hora más, estoy sembrando al desarrollar paciencia y estoy sembrando al renovar mi mente y recordarme a mí misma de que mi vida se trata de Su reino y no de mi comodidad”

El meditar en la manera en la que glorificamos la cosecha (y ojo, no estoy diciendo que no debamos glorificar la cosecha, El Padre, Hijo y todos los ángeles mismos celebran la cosecha desde el cielo y yo también quiero celebrar con ellos) me ha llevado a preguntarme a mí misma: ¿Cómo sería mi vida si diariamente celebrase cada vez que siembro y riego como si estuviese cosechando?

¿Te imaginas si celebrases después de hablarle a alguien de Cristo de la misma manera que celebras cuando alguien le da su vida a Él? ¿o te imaginas celebrar cada vez que tienes la oportunidad de sembrar y regar en ti mismo? Creo que hay mucha más celebración en el cielo de lo que nos imaginamos. Creo que Dios celebra cada vez que escogemos amar, cada vez que compartimos nuestra fe (y no sólo cuando alguien hace “una oración de salvación”), cuando contestamos bien a alguien, cuando escogemos honrar a alguien, cuando oramos por alguien (aunque no veamos el fruto inmediato de nuestra oración). Al fin y al cabo, Él está sentado en lugares celestiales, fuera del tiempo y del espacio. Él es el principio y Él es el final y ve la consecuencia de cada una de nuestras acciones. ¿Y nosotros? Nosotros estamos sentados en lugares celestiales y tenemos la invitación de ver como Él ve y celebrar como Él celebra (Efesios 2:6).

Su bondad es visible

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Los últimos dos meses han estado llenos de transición. Me he mudado de un lugar cómodo a una nueva ciudad. De un lugar donde un 90% de la gente a la que veía eran Cristianos apasionados, a un lugar donde el 0.01% son Cristianos. Una vez más he visto la fidelidad de Dios en todo: en la gente que ha puesto en mi camino, en Su provisión, en puertas abiertas para ministrar y traer Su reino y en Su dulce presencia que nunca ha parado de acompañarme.

El otro día iba andando por la calle aquí en Barcelona con mi amiga Carla y no se en qué estaba pensando que me hizo decirla:
-¡Tia (aquí en España nos llamamos “tía” o “tío” los unos a los otros), quiero ver a cada persona enferma ser sanada!
Carla me contestó sencillamente:
– bueno, pues podemos orar por la próxima persona enferma que veamos ¿no?
Justo en ese momento venía caminando hacia nosotras un señor mayor encorvado con su bastón. Así que la dije a Carla:
– mira…¿oramos por este?

Nos acercamos al Señor, llamado Enrique, y le preguntamos si podríamos orar por él. Él felizmente y con una gran sonrisa, nos contestó
– no hijas, no hace falta, si yo rezo todos los días.
– bueno, ¿nos dejaría orar igualmente? – le contestamos.
– está bien – dijo Enrique – pero tengo que seguir andando que si me paro me duele más.

Pusimos nuestras manos sobre su espalda y mientras él seguía caminando y nosotras caminábamos junto a él, hicimos una oración rápida. La primera vez que oramos, no sucedió nada, así que le preguntamos si podíamos volver a orar. Volvimos a orar y de repente el Señor Enrique se paró.

– ¡siento calor en la espalda! – dijo – y uyyyy ¡que blandito me siento! ¡me duele muchísimo muchísimo menos! ¿Será que Dios os escucha a vosotras más que a mí? ¡yo rezo todos los días! ¿me podríais apuntar lo que habéis rezado?
– Bueno Señor Enrique, nosotras no hemos hecho ninguna oración aprendida – le dije – simplemente hemos hablado con Dios como se habla con un amigo y Dios le ama tanto que quiere sanarlo.

Aunque no pudimos presentarle el mensaje claro del evangelio, él se encontró con un Dios vivo y personal. Desde entonces he vuelto a ver al Señor Enrique y siempre me saluda y me deja orar por él. Poco a poco, el Reino avanza y se extiende como la levadura.

Da igual en que país estemos, en que situación, con que tipo de gente, Su Reino se extiende. Da igual cuanto dinero tengamos, nuestro nivel de influencia o nuestras posiciones de liderazgo, él anhela extender Su Reino a través de nosotros. Y es sencillo. Traer Su Reino no tiene que ser algo complicado. Simplemente se trata de ser conscientes de Su presencia y “detenernos por el de enfrente” (como dice Heidi Baker).