Llevo varios meses estudiando la historia de la Iglesia desde el pentecostés hasta la reforma. La verdad es que es un tiempo de la historia en la que pocos creyentes piensan. Solemos dedicar más tiempo en pensar en las diferencias que tenemos los católicos y los evangélicos, que en pensar en cómo llegamos a donde estamos. Como con cualquier tema que uno estudia, la meta no es solo saber por el mero hecho de tener más conocimiento, sino aprender a aplicarlo y formar nuestras vidas al rededor de lo que hemos aprendido. Así que, ¿qué me llevo de la historia de la Iglesia? Creo que todos los problemas y desenlaces dramáticos que la historia nos muestra, se resumen en una cosa: El deseo por poder del corazón del hombre.
El problema nunca ha sido ni la iglesia católica, ni la evangélica, sino el anhelo en el corazón del hombre por tener autoridad y reconocimiento. Este mismo deseo es con el que el diablo tentó a Jesús cuando le dijo: “Todo esto te daré, si postrado me adoras” (Mateo 4:9), y si somos honestos, este mismo deseo sigue tocando a la puerta de cada uno de nuestros corazones de maneras sutiles. La realidad, es que Jesús dejó muy pocas indicaciones para su iglesia. Sabemos que la ama, que murió por ella y que regresará por ella, porque es su novia, pero no nos dejó muchas instrucciones en cuanto a cómo organizarla mientras esperamos su regreso. Es por esto que cuando leemos el libro de los Hechos y las epístolas de Pablo, encontramos que la iglesia primitiva creaba estructura y liderazgo conforme se encontraban con la necesidad. Esto fue relativamente fácil cuando el cristianismo se encontraba localizado en una región geográfica y cuando los números eran pequeños. Pero, imagínate tener que poner estructura a un grupo de personas, cada día más crecientes tanto en tamaño como en geografía, cuando no existía el teléfono ni el internet. Difícil tarea ¿verdad? Es por eso que durante décadas, los líderes de las primeras iglesias intentaron mantener la unidad y estructura (de nuevo, con tecnología inexistente). ¿Qué sucedió? Después de un tiempo decidieron poner a una cabeza para mantener la paz, tomar decisiones para todos los grupos en las diversas ciudades y servir de guía. Fue entonces que entró el papa en escena. ¿Cuál fue el problema? Que en algún momento de la historia, este deseo por poder - que de nuevo, todos tenemos y con la que todos luchamos por nuestra naturaleza caída - fue tomando terreno. La institución del papa no fue diabólica, sino el deseo por el poder que se escondía dentro del corazón del hombre.
De nuevo, la meta no es llenar la mente de conocimiento, sino crecer en sabiduría, así que, ¿cómo lo aplico? Siendo sincera conmigo misma: este deseo de poder y autoridad, no se encuentra solo en el papado de algún año o algún siglo. ¡Qué fácil es pensar que otro tiene un problema en vez de mí! Sin embargo, como bien nos avisó Jesús cuando dijo: “¿cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? (Lucas 6:42), no puedo decir que el deseo por el poder, por una posición de autoridad o por ser conocida como “la que sabe, la que manda o la importante”, no se encuentra también en mi interior. ¿La historia me muestra este deseo algún momento en el vaticano cuando un Papa empezó a vender indulgencias? Sí. Pero tristemente también lo he visto en muchas iglesias evangélicas, y si soy vulnerable, también lo veo en el espejo mirándome cada mañana. ¿La solución? 1. Fijar los ojos en Jesús de manera diaria e intencional. Puesto que es en los ojos de Cristo que recuerdo, que aunque mi carne quiere reconocimiento, mi espíritu sabe que no lo merezco y que solo hay uno digno. Y 2. Orar por los líderes que me rodean, para que Jesús “los libre del mal”, cada vez que este deseo de gloria llame a su puerta. Que cuando Jesús vuelva, encuentra a su novia - organizada de la mejor manera que ha sabido organizarse - sin mancha y arruga, preparada para aquel que se merece toda la gloria por los siglos de los siglos.