Todos tenemos héroes en la vida, normalmente son personas que admiramos a lo lejos: deportistas, personajes bíblicos, líderes políticos o músicos. Nuestros héroes son personas que en algún momento de su vida hicieron algo que nos impresionó o vivieron de una manera que nos gustaría vivir. Personalmente, tengo el honor de que mi héroe es una de mis mejores amigas, no por algo específico que ha hecho, sino porque aunque ha sido difícil, ha escogido el camino hacia la libertad.
“Sara” (llamémosla así aunque no es su nombre real) tuvo una de las peores infancias que he escuchado. Desde los tres años recibió todo tipo de abuso y fue usada y vendida en redes de pornografía infantil. A los cinco años de edad ya tenía enfermedades de transmisión sexual y en medio de esa niñez tan caótica, todos los domingos asistía junto con su familia a una iglesia local. Aparentaban ser una familia relativamente normal, pero en privado eran una familia increíblemente disfuncional.
Aunque la historia de Sara es horrible, soy consciente de que hay muchas personas que han sufrido en la vida. Las estadísticas de niñas (y niños) abusados y violados antes de cumplir los doce años son aterradoras; no tienes que ser un experto en psicología para reconocer la enorme cantidad de gente dolida y rota que camina por el mundo. Aún así, quiero escribir un poco sobre Sara porque creo que hay gente en situaciones difíciles que pueden, al igual que yo, aprender de su vida.
Cuando conocí a Sara hace cinco años, ella acababa de salir de una institución mental en donde la sujetaban con camisa de fuerza. No obstante, su amor por la vida y su pasión por ser libre me hicieron acercarme a ella. Las dos decidimos que lucharíamos por más de Dios y por superar nuestros temores y complejos; decidimos dejar que otras personas entrasen en los lugares difíciles de nuestras vidas y nos confrontasen con amor. En varias ocasiones le dije cosas como: “Oye… me he dado cuenta de que tiendes a criticar a líderes por no prestarte atención suficiente. No sé si te has dado cuenta de esto, pero creo que no es del todo normal y no sé muy bien por qué lo haces”. Sara siempre reaccionaba de la misma manera: primero se quedaba callada unos segundos, luego se ponía a pensar y después decía algo como: “Yo tampoco sé por qué reacciono así, pero voy a hablarlo con el Señor. Gracias por decírmelo”. Unos días más tarde me enteraba de que Sara había pedido un día libre en su trabajo y se había ido con su cuaderno al parque para pasar un día entero con el Señor. No buscaba excusas ni dejaba pasar mucho tiempo, sino que luchaba por ser libre. Luchaba con el Señor y en varias ocasiones buscaba ayuda profesional, pero realmente, más allá de esto, la persona con la que más luchaba era consigo misma. Tuvo que decidir perdonar y tuvo que decidir rendir la autolástima.
Se que hay muchas personas que luchan en la vida, pero una vez más, tengo que decir que Sara es diferente. ¿Por qué? Porque hay muchas personas, y en especial muchas mujeres, que tristemente luchan por las razones incorrectas: luchan para que nadie les vuelva a hacer daño; luchan por aprender a saber en quién confiar y en quién no confiar; y luchan por ser independientes. Incluso lo espiritualizan diciendo cosas como: “Yo no necesito a nadie, solo al Señor”. Pero la realidad es que Dios nos creó para ser parte de un cuerpo y Sara es un ejemplo de cómo luchar por las razones correctas. Luchó por superar la autolástima y no usar su pasado para excusar su presente, luchó por aprender a ser transparente y vulnerable con otros; e incluso, luchó por confiar en Dios y no tener que tener todas las respuestas a sus “por qués”. Si hoy la conocieses, nunca adivinarías la vida que ha vivido, de hecho casi nadie sabe su historia. No porque le de vergüenza contarlo, sino porque no necesita contarlo a menos que Dios la guíe a hacerlo.
Decidir luchar por ser libres es una decisión difícil, porque si escogemos abrazar nuestro estado actual de trauma y dolor, y abrazar nuestro pasado como parte de nuestro presente, la gente sabrá la verdad: sabrán que nuestros padres, o hermanos, o pastores … o quien sea, son culpables por nuestro estado actual. Pero si escogemos perdonar y luchar por nuestra libertad como lo hizo Sara, la gente no sabrá la verdad y pensarán algo como: “Ah, mira que bien está Sara, seguro que su familia es perfecta y tuvo una infancia feliz”. En el caso de Sara, una señal de que realmente es libre, es el hecho de que no le importa lo que piensen los demás. No necesita defenderse, ni necesita explicar su situación. Piensen lo que piensen, ella está enamorada de Dios y es totalmente libre. Su pasado no determina su presente y no determinará su futuro.
Hace unas semanas tuve el honor de asistir a la boda de Sara, mi héroe (¿cuántas personas pueden decir que han ido a la boda de su héroe?). Pude presenciar, por primera vez en mi vida, la obra redentora de Dios en la vida de alguien desde el principio hasta el final (lloré “como una magdalena”, como decimos en España). Y esta obra, fue una obra con un final feliz. Conocí a Sara como una persona rota y atormentada y la vi casarse como una persona libre y llena de gozo, con un hombre absolutamente increíble, que superó cualquier expectativa que yo jamás hubiese tenido para ella. Además de estar totalmente enamorado de Sara, su marido está totalmente enamorado de Dios, ama con locura las naciones y las almas y viene de una familia unida y llena de amor, que ha abrazado a Sara como si fuese su hija. Verdaderamente Dios supera todas nuestras expectativas y es el experto en redención.