perfume a tus pies

Un nuevo nombre para Dios

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A lo largo del Antiguo Testamento tenemos múltiples historias en las que Dios hacía algo para el pueblo de Israel para enseñarles quien era Él. Dios hacía algo y ellos aprendían “este es nuestro Dios…el que hace tal cosa”. Por ejemplo: en Éxodo 17 Dios les ayudó a ganar una batalla y por consiguiente el pueblo aprendió que Dios era “Jehová Nissi” (nuestra bandera) y en el desierto cuando Dios les prometió que podrían caminar sin que sus pies se quemaran recibieron la revelación de que él era Jehová Rafa (el sanador). Después de que Dios les revelaba algo de su carácter, ellos pasaban de tener una imagen un tanto limitada de Dios a tener una imagen aunque sea un poquito más grande y podían por lo tanto acercarse a él con esta nueva visión de quien era él.

Creo que esto nos pasa a muchos de nosotros: quizás aprendamos que Dios es el proveedor porque hemos visto como ha provisto pero cuando nos enfrentamos a otra situación, una enfermedad por ejemplo – aunque puede que hayamos escuchado que él es el sanador – al no haberlo experimentado de primera mano empezamos a dudar. Pues bien, estos últimos meses Dios me ha enseñado de primera mano que uno de los nombres que había escuchado de él es real.

Todo empezó hace seis meses cuando llegó una chica Venezolana a la iglesia con su hermano de dieciséis años, nos contó que había huido de Venezuela como muchos otros Venezolanos y que había encontrado un sitio donde quedarse pero que en dicho sitio su hermano no podría quedarse. Mi marido y yo oramos y decidimos meterlo en nuestra casa mientras la hermana encontraba trabajo y rehacía su vida. Resumiendo una larguísima historia, a las pocas semanas, la chica nos llamó de camino al aeropuerto informándonos de que regresaba a Venezuela. Para los que no lo sepan: mi marido y yo estamos en fase de recién casados, queremos servir a Dios y anhelamos hacer lo que él quiera que hagamos pero si somos sinceros nunca nos imaginábamos que eso sería ser padres de un adolescente a los tres meses de casados. Con la noticia de la partida de la hermana los dos oramos seriamente: ¿Qué hacemos con este chico? No es mal chico pero por un lado no es creyente y nosotros no estamos en casa todo el tiempo para poder estar atentos de él y por otro lado lo que él necesita es una familia que esté en casa cuando él llegue de la escuela y le ayude con los deberes. Después de orar, mi marido sintió fuertemente que debíamos tenerle cinco meses y ayudar a integrarlo en la sociedad. Así que eso hicimos: encontramos una escuela, compramos el uniforme y los libros, le apuntamos a clases de inglés, intentamos ayudarle con matemáticas (fracasamos en este intento)…de noche a la mañana nuestra vida cambió y lo hicimos con gozo porque sabíamos que Dios había hablado. Como os podéis imaginar, además de hacerlo por obediencia, poco a poco nos empezamos a enamorar de este chico: venía de un contexto en el que nunca había tenido que estudiar, nunca había tenido que obedecer reglas y nunca había tenido que limpiar. Decir que nos sorprendió lo rápido que se adaptó no describe realmente lo que sentimos ¡este chico era (y es) excepcional! A pesar de estar varios cursos escolares por detrás del nivel escolar en España, ha puesto todo su empeño en intentar adelantar y avanzar.

El problema llegó cuando pasaban los meses y no encontrábamos familia para Él. Sabíamos que Dios nos había dicho que lo cuidásemos cinco meses, sin embargo pasaban los meses y la hermana no regresaba. Preguntamos a varias familias de la iglesia – de hecho llamamos a muchos pastores por todo el país en busca de una familia – pero nadie podía acogerlo. En España hay muchas leyes para proteger a niños menores de edad y si el gobierno oye de que tienes a un niño que no es tuyo pueden denunciarte y quitarte el niño de una manera bastante violenta y aunque nosotros sabíamos que esto no nos iba a pasar (porque teníamos una palabra clara del Señor), nadie más sentía de Dios tomar este paso arriesgado. Después de cuatro meses y medio empecé a hacer lo que nunca había imaginado: empecé a llamar a casas de acogida y orfanatos. Con cada llamada tenía el corazón en el pecho, era lo último que queríamos hacer y no tenía nada de sentido ¿porqué protegería Dios a un chico de una manera tan sobrenatural para luego dejarlo en un orfanato? Cuando ya habíamos perdido toda la esperanza pasó lo inesperado: una familia vino a hablar con nosotros. Nos dijeron que habían estado orando por este chico y con lágrimas en los ojos, nos dijeron que querían ayudar. La única condición que pusieron es que querían que el gobierno lo supiese y que tenerlo en su casa fuese totalmente legal. ¡Wow! No podíamos creer que alguien quisiese acogerlo de manera permanente y aunque estábamos increíblemente agradecidos, la realidad es que yo ya había hablado con múltiples instituciones y ONG’s y todos me habían dicho lo mismo: – en cuanto sepan que no eres familiar y que no tienes custodia te lo van a quitar. No obstante era la única opción que teníamos, así que llamé a servicios sociales y pedí cita para hablar con un educador social y así “confesar nuestro gran pecado”.

Llegó el día de la cita – el chico ya llevaba cuatro meses y tres semanas en casa y en una semana más mi marido y yo salíamos de viaje y no podíamos dejarlo en casa aunque quisiésemos, así que me preparé para salir para mi reunión con servicios sociales y antes de salir me senté para leer la Biblia. Llevo varios meses siguiendo un plan de estudio bíblico y ese día me tocaba leer el Salmo 68. Lo abrí y leí la frase “Padre de huérfanos…hace habitar en familia a los desamparados” y pensé “Señor, quiero creer que esto es verdad…ayúdame a creer que esto es verdad”. Salí de mi casa repitiéndome estas palabras con más incredulidad en mi mente que fe – Dios le había revelado esto a otros, ¿será que también podía revelármelo a mí?. Llegué al centro de servicios sociales y me senté en la oficina con la encargada de menores: le conté todo sin dejar ni un solo detalle fuera y le dije “tenemos unos amigos de la iglesia que quieren acogerlo y asumir toda la responsabilidad”, ella me miró y me preguntó: “¿qué iglesia”. Aquí en España mucha gente piensa que si no eres católico estás en una secta peligrosa y el admitir que no era una iglesia católica en mi mente era un riesgo aún mayor, pero decidí ser honesta así que le dije la verdad y le conté a que iglesia asistíamos, muy para mi sorpresa ella me dijo: “mi mejor amiga se casó con un pastor y viven en Estados Unidos, lleva años intentando convencerme de que vaya a esta iglesia tuya”. Me dio una gran sonrisa y me dijo que este chico había tenido muchísima suerte de encontrar no solo una familia que le ayudase sino dos! y que ella iba a hacer todo lo posible para que no nos lo quitasen y que además nos diesen todos los permisos para que la otra familia lo tuviese. ¡No me lo podía creer! Había escuchado y había leído que Dios era el Padre de los huérfanos, que ponía a los solitarios en familias pero no lo había visto de primera mano. Ahora, al igual que los Israelitas, tengo un nuevo nombre para Dios “el Padre de los huérfanos”. Él verdaderamente es quien dice Su palabra que es y aunque se (porque a estas alturas de la vida me conozco) que llegarán momentos en los que tenga temor y dude de otros aspectos de su carácter que no he visto de primera mano, se que él es el Padre de los huérfanos y él pone al huérfano en familias.

Dios anhela trabajar con nosotros

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Hace unos días me escribió mi amiga Sophie para preguntarme si quería unirme con un grupo de amigas a la mañana siguiente para salir y hacer evangelismo. Lo que solemos hacer es orar y pedirle a Dios que nos guíe para hablar con las personas que él ha preparado. Le pedimos que nos diga cosas específicas sobre las personas – qué necesidades tienen, qué aspecto físico, qué ropa llevan – y las apuntamos en una lista, luego salimos a la calle en busca de las personas en nuestra lista y nos acercamos a estas personas para orar por ellas y hablarles de Cristo. Esta vez en particular, cuando me escribió Sophie, estaba metiéndome en la cama con un pequeño dolor de garganta y sin saber muy bien si me despertaría con fuerzas para salir.

A la mañana siguiente me desperté mal. Sentía que tenía fiebre, me dolía la garganta y tuve que abrazar la realidad: el resfriado que ya había tenido medio Madrid me había alcanzado. Así que, todavía en la cama y con fiebre, le escribí un mensaje a mi amiga Sophie para decirla que no iba a ir. No obstante, todavía en la cama y fiebrosa, le envíe un mensaje rápido con una pequeña lista con cosas que podían buscar cuando saliesen a la calle. Realmente tenía fiebre, no me encontraba bien y ni siquiera pasé tiempo esperando en Dios, sino que escribí lo primero que me vino a la cabeza y luego seguí durmiendo:

– Alguien con un jersey de cuello alto rojo.
– Una mujer llamada Norma
– Dolor de espalda inferior
– Necesidad de reconciliación familiar.

Unas horas más tarde, cuando ya me había levantado, Sophie me envió otro mensaje: -“encontramos a la mujer del jersey rojo, pero no encontramos a Norma ni a nadie más. Gracias igualmente por la lista”.

Yo no le di mucha importancia al hecho de que no hubiesen encontrado las cosas en mi lista. A veces al intentar oír de Dios le oímos con claridad y otras veces tomamos pasos de fe y metemos la pata, eso es parte de “salir de la barca” y aprender. En esta ocasión, no me sorprendió para nada “no haber acertado”, al fin y al cabo ¡tenía fiebre!

Esa noche – después de haber pasado más de ocho horas – me volvió a escribir Sophie. Esta vez, me escribía desde el aeropuerto, ya que estaba saliendo de viaje:

– “¡Jaz! ¡no vas a creer lo que ha pasado! ¡Estoy en el aeropuerto y he conocido a Norma! La pregunté si tenía problemas de espalda inferior, me dijo que sí, me dejó orar por ella y fue totalmente sanada. Luego la pregunté si necesitaba restauración en su familia y también me dijo que sí, lloró mientras me habló sobre ello y pudimos orar juntas. ¡Gracias por enviarme la lista!”

Es increíble cuanto ama Dios a la gente. Les ama tanto que usará hasta un burro para hablarles…en esta ocasión, a alguien en la cama con fiebre. No sólo usó a alguien que estaba fiebrosa y enferma, sino que él sabía que horas y horas más tarde coincidiría Sophie en el aeropuerto con Norma y que “la fiebrosa” estaría en contacto con Sophie a lo largo de la mañana….¡increíble! Creo que a veces nuestra mente y nuestras fuerzas se meten en medio de nuestra habilidad de realmente escucharle con claridad. En esta ocasión mi mente no se pudo interponer porque no tenía la habidas para hacerlo. Muchas veces Intentamos discernir si estamos oyendo de Él o no y discutimos con nuestra mente (¿o seré yo la única que lo hace?) en vez de simplemente tomar el paso de fe. En este caso, el hecho de estar enferma me hizo no pensar y simplemente enviar un mensaje rápido y Dios, en su misericordia y soberanía lo usó para tocar a alguien de quien está locamente enamorado.

El año de vivir como hijos

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Estaba pensando en el año nuevo y en cómo empezar el año, y esto me llevó a pensar en todos los “unos de enero” y en todas las metas que he hecho a lo largo de los años. Luego, me empecé a preguntar sobre cuantas de estas metas realmente cumplí. No hay nada malo con ponernos retos y metas (de hecho tengo que confesar que soy un poco adicta al deporte de hacer listas y tachar tareas completadas), el problema está que el ponernos una meta suele llevar a una de dos emociones: 1. Si me pongo una meta y la cumplo, me siento orgullosa de mí misma (orgullo = problema) pero si me pongo una meta y fracaso, me machaco a mí misma, me siento como un fracaso y me desilusiono (desilusión = problema). Entonces, ¿cómo empezamos este año? ¿Cómo podemos retarnos a nosotros mismos de tal forma que al terminar el 2015 estemos más enamorados de Cristo y más apasionados por Su reino, sin estar ni orgullosos ni desanimados?

Antes de ir a la cruz, Jesús le dio a sus discípulos la clave para la felicidad. El día antes de lo que parecería en su momento el peor día de sus vidas, Jesús, su maestro les dice “¿quieres ser feliz? Lavaos los pies unos a otros”.  El servicio es la clave a la felicidad y qué mejor manera de empezar este año sino decidiendo servir. PERO, volvemos al mismo problema: si ponemos “servir más” en nuestra lista de metas, esto o bien nos puede llevar al orgullo o al desánimo. ¿Cómo lo hacemos?

Cuando miramos la vida de Cristo, vemos que su ministerio empezó escuchando la voz de Su padre cuando éste anunció: – “este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:13-17) y esta intimidad con el Padre nunca cesó. Vez tras vez se apartaba para estar con el Padre. Incluso le dijo a todos sus discípulos que todo lo que hacía (¡TODO!) era porque veía que el Padre lo hacía y que todo lo que decía era porque el Padre lo decía. (Juan 5 y Juan 12). Luego llega al final de su vida y dice:

Sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.  Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida…” (Juan 13:1-5).

Jesús pudo servir, porque su identidad estaba en que sabía que era el Hijo de Dios. No podía sentirse orgulloso de servir – no necesitaba poner su identidad en eso – porque era Hijo y no podía machacarse por fracasar porque su identidad estaba en que era Hijo.

Ahora tú y yo somos Hijos del Dios altísimos. Él fue el primogénito entre muchos hermanos y tú y yo somos hijos y co-herederos que estamos aprendiendo a sólo hacer lo que hace nuestro Padre y a sólo decir lo que dice nuestro Padre. Así que, si la clave para la felicidad es servir y la clave para servir es vivir como hijos, propongo que en vez de hacer una larga lista de “que-haceres”, entremos en el año recordándonos a nosotros mismos “soy Hijo” y descansando en esa verdad. Cuando sabemos que somos hijos, entonces podemos “ceñirnos la toalla y lavar los pies” y cuando “lavamos pies” … ¡somos garantizados el mejor año jamás! (Juan 13:17).

El llamado a la oración

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Hace unos días aterricé por primera vez en un país musulmán. Al bajarme del avión la primera cosa que vi fue un pequeño grupo de mujeres, totalmente tapadas, arrodilladas en el aeropuerto orando hacia la Mecca.

Durante los últimos días, varias veces al día, oigo el llamado a la oración. A las cinco de la mañana empieza a sonar desde la mezquita un llamado fuerte al que cientos de personas responden, poniéndose de rodillas y orando a su dios. No importa donde estén, en qué estén pensando o si les apetece o no, responden al llamado a la oración. Esto me ha llevado a preguntarme a mí misma, cómo sería la iglesia mundial, si todos los cristianos del mundo orasen cinco veces al día, proclamando que Jesús es el Señor.

La verdad es que podría escribir este blog y hacernos a todos sentirnos culpables por nuestra poca oración o podría escribir y retarnos a todos a orar tan a menudo como oran los musulmanes. Pero el cristianismo no se trata de eso. No se trata de orar porque tenemos que hacerlo o porque una iglesia nos dice “es tiempo de orar ¡para lo que haces y ora!”. De hecho, esto es lo que nos diferencia a nosotros de ellos. Todas las religiones del mundo intentan agradar a su Dios y perfeccionarse a sí mismos, pero nuestro Dios – el único y verdadero – supo que nunca podríamos cambiarnos y que no podríamos hacer nada para agradarle, así que se hizo hombre y murió, no para que orásemos cinco veces al día como acto religioso, sino que para que tuviésemos una relación de amistad y amor con Él. No se trata de obligarnos a buscarle, se trata de buscarle como respuesta a que él nos amo primero. No oro porque tengo que hacerlo, oro porque quiero conocerle más y porque quiero estar con Él. Al fin y al cabo, fuimos creados para tener una relación íntima con el creador.

Ahora que llevo varios días aquí, oyendo el llamado a la oración día tras día, me he empezado a preguntar a mí misma: Jaz, ¿cómo sería tu amistad con Dios si respondieses a Su llamado a la oración? A diferencia del pueblo musulmán, Dios no me llama a buscarle cinco veces al día, siempre al mismo tiempo y con las mismas palabras, sino que a lo largo del día susurra en mi oído “ven a pasar un tiempo conmigo” o “ey, estoy aquí” o pone una pequeña semilla de hambre en mi interior – un pequeño algo que anhela encontrarle más y estar con Él. Lo bueno del Cristianismo es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera, lo malo del Cristianismo, es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera…y muchas veces no quiero.

Al igual que el pueblo musulmán que responde al llamado sin importar lo que están haciendo o donde están, Dios nos llama a orar y muchas veces (por no decir todas), no tiene en cuenta si estamos en el aeropuerto, en el trabajo, si nos apetece, si teníamos otros planes o si estamos dormidos. Nos llama a estar con él, no como obligación sino como invitación y como hijos, estamos aprendiendo a responder a Su llamado a la oración. Estamos aprendiendo a dejarnos cautivar y enamorar más y más por Él. A dejar a un lado nuestro espíritu independiente y dejar que Él sea el que organiza nuestro horario.

No se tú, pero yo quiero responder a Su llamado a la oración. Quizás no podamos responder a este llamado en medio del trabajo  como lo haríamos en casa o quizás no podamos responder a las cinco de la mañana como lo haríamos a las once, pero si él nos llama, tiene que haber una forma de responder. Quizás sólo sea con una pequeña respuesta:
– “Ey, estoy aquí” – te dice tu amante.
– “Hola Señor, aquí estoy….gracias por llamarme por nombre” – contesta tu espíritu, en medio del ajetreo del día – “Gracias por hacerme libre para escogerte, libre para amarte, libre para responder al susurro de tu voz”.

Un héroe anónimo

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Hace años Dios me permitió empezar a invertir en algunas regiones con iglesias perseguidas, es una de mis pasiones poder ser parte de edificar a la novia de Cristo y ver como esta se levanta sin mancha y sin arruga en tantas naciones del mundo.

Hace varias semanas volví de uno de estos países y varios me han estado pidiendo que escriba y comparta como me fue. Tras varias semanas de estar pensando en qué escribir, he decidido contar la historia de la hermana Mai.

Mai perdió a su marido cuando su hija más pequeña tenía apenas cuatro meses, no tenía familia en la región y en estos países no hay ninguna ayuda gubernamental para mujeres viudas – de hecho ni siquiera existe trabajo para mujeres. Rápidamente se puso manos a la obra y empezó a vender sopa de fideos en la calle, al poco tiempo pudo comprar un pequeño terreno en medio de la selva. Con el paso de los años pudo comprar aun más terreno y décadas más tarde alguien vino tocando a su puerta queriendo alquilar su terreno. Poco a poco, más y más granjeros llegaron a esta región y hoy el terreno de Mai está lleno de cultivos.

Tengo que admitir que aunque sí quería ir a ver su terreno y aunque sí había escuchado buenas cosas acerca de esta mujer, nada me podría haber preparado para esta visita.

Después de estar ministrando tres días, un hermano de la iglesia vino a recogerme en su pequeño moto/taxi y nos dirigimos hacia la salida de la ciudad. Condujimos varios kilómetro hasta llegar a unos caminitos de tierra. Después de pasar varios kilómetros por estos caminos, llegamos a lo que nos indicaron como la tierra de la hermana Mai. Todavía en el taxi, condujimos kilómetros y kilómetros, pasando entre cultivos de verduras, flores y fruta hasta llegar a una pequeña casa al final del camino.

Cuando me bajé del pequeño taxi y puse mis pies sobre la tierra, automáticamente sentí la presencia de Dios. Mai – que ahora tiene 74 años – vino corriendo hacia nosotros y nos abrazó, sus ojos brillaban con su pasión por Cristo y empezó a hablar a mil por hora. Aunque sólo nos podíamos comunicar con un traductor, ella me cogió de la mano y empezó a llevarme a ver sus instalaciones. En los últimos años, había mandado construir una pequeña cocina para poder alimentar a unas doscientas personas, había puesto un pequeño tejado sobre asfalto para que un número similar se pudiese sentar en el suelo y escuchar el mensaje de Dios y había puesto unas 4 letrinas (los cuales ella insiste en limpiar durante los eventos)….no paraba de contarnos todos sus sueños e ideas para seguir construyendo.

Lo increíble de la hermana Mai es que aunque ahora es una de las mujeres más ricas de la ciudad, nos enseñaba su terreno con su camiseta agujereada y con sus manos sucias de trabajar la tierra. Con cara reluciente, nos llevó a la pequeña habitación donde duerme en el suelo mientras nos contaba todo lo que iba a hacer en su terreno: -“sólo hemos visto el comienzo de un avivamiento” – Dijo Mai – “y tenemos que tener más sitio para todos los que van a conocer a Cristo”. Mientras nos daba su guía turística, la dije “hermana Mai, ¿usted se da cuenta de lo fuerte que está la presencia de Dios aquí?” – “Sí” contestó ella “cuando tenía mis cuatro niños pequeños y sólo teníamos unos metros de este terreno, pasó por aquí una misionera buscando sitio donde quedarse. La dejé dormir aquí en mi terreno y todas las mañanas mientras estuvo aquí, se despertaba y clamaba por la tierra, pidiéndole a Dios que fuese un lugar de avivamiento”. Nos llevó al lugar donde apenas unos meses antes, casi 30 jóvenes habían dado sus vidas a Cristo tras tener visiones del cielo y del infierno. La presencia de Dios era tan fuerte en este lugar, que mi cuerpo literalmente no sabía como reaccionar, me encontré a mí misma riéndome y llorando, de pie y luego de rodillas. Verdaderamente era un lugar santo.

Dios trajo una fuerte convicción a mi vida a través de la visita a este terreno. Cuántas veces vivo preocupada por finanzas o calculando lo que me podré comprar el mes que viene y esta mujer – con su camiseta agujereada – no paraba de sonreír mientras hablaba de como “el mes que viene cuando me llegue el siguiente dinero, podemos extender esto por este lado…miles le van a conocer aquí”. Pude ver en primer plano lo que significa “buscar primeramente el reino de Dios” y ver como todo lo demás es añadido. Esta mujer supo, no sólo vivir con las manos abiertas, dando todo al Rey, sino también honrar la presencia de Dios sobre todas las cosas.

Quizás ahora duerma en el suelo, con unas pocas camisetas; quizás limpie letrinas durante los eventos evangelísticos y se ensucie las manos, pero tiene una corona mucho más grande de lo que jamás podremos ver en este lado de la eternidad. Ella ha entendido que verdaderamente todo se trata de Él. Hay un precio que merece la pena ser pagado para realmente honrar Su presencia – cuesta todo. Cuesta nuestra comodidad, cuesta nuestra energía, incluso cuesta nuestras dudas. Mai podría haberle reclamado a Dios la vida de su marido, pero en vez de ahogarse en auto-lástima, extendió su mano, soltando sus preguntas y dándolo todo al Rey. El único digno de gloria.

Dejándole ser rey de nuestro tiempo

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El otro día paré en una gasolinera con mi amigo Andy. Al entrar Andy empezó a hablar con la mujer que estaba detrás del mostrador – “¿Qué ha pasado con su nieto?” – le preguntó Andy. El rostro de la mujer cambió cuando reconoció a Andy. Se le pusieron los ojos como platos y dijo: – “¡No te lo vas a creer! Los médicos le abrieron y no han encontrado nada. Su corazón está perfecto. Ha sido un miagro del cielo ¡se que lo ha sido!”.  A continuación, la mujer salió de detrás del mostrador y empezó a enseñarnos fotos en su celular de un precioso bebé recién nacido. Andy y esta mujer terminaron su conversación, se dieron un abrazo y salimos de la gasolinera.

Una vez en el coche, Andy empezó a contarme toda la historia. Dos semanas antes, Andy había parado en esta misma gasolinera con otro amigo. Mientras pagaban por la gasolina, no pudieron evitar escuchar la conversación entre la mujer de la gasolinera con su compañera de trabajo: -“¡Que dolor de espalda tengo hoy!” – dijo esta mujer. Andy miró a su amigo y su amigo le dijo en voz baja: – “Andy, ¡no tenemos tiempo! sabes que ya llegamos tarde”. Pero Andy no pudo resistirse: -“Perdone” dijo Andy a la mujer que estaba detrás del mostrador – “somos Cristianos y hemos visto como Dios ha sanado a mucha gente en el pasado. ¿Te importaría si oramos por su espalda?”. La mujer se quedó mirándoles fijamente y dijo. “La verdad, prefiero que oréis por mi nieto. Acaba de nacer y tiene muchos problemas de corazón. Mañana le van a operar para intentar hacer un arreglo temporal, pero igualmente va a necesitar un transplante”. Los dos chicos procedieron a hacer una oración rápida y salieron de la gasolinera.

Al entrar en el coche, el amigo de Andy le dijo: – “Andy, perdóname. Por andar con prisas yo no quería parar y orar, pero esta oración no ha tardado ni cinco minutos y quien sabe lo que puede haber hecho”. A penas dos semanas después tuve el privilegio de ver la respuesta de Dios a estos tres minutos de oración. El niño quedó totalmente sano, los médicos quedaron sorprendidos y esta mujer – que todavía no conoce a Dios – estaba dándole toda la gloria a Dios y admitiendo que fue un milagro del cielo.

Tantas veces vamos con prisa y “no tenemos tiempo” para mirar a nuestro al rededor y ver donde es que Dios se está moviendo ¿Qué pasaría si cediésemos nuestras agendas y horarios? ¿Qué pasaría si diésemos sólo tres minutos al día para traer el reino de Dios a la tierra? La mayoría de nosotros, creamos tiempo en nuestras agetreadas agendas para “tener nuestro devocional” (pasando tiempo con Él por la mañana o por la noche antes de dormir) pero no somos campaces de dejar que Él sea el dueño de nuestro tiempo a lo largo del día. Muchos le damos nuestra vida, pero nos cuesta darle nuestro tiempo.

Quiero retarte a ti – y retarme a mí misma – a parar, mirar y amar a la gente a nuestro al rededor. Sin horarios, sin agendas y sin intenciones más allá que amar y traer el reino de Dios a la tierra. Al fin y al cabo, si buscamos primero su reino, todas nuestras preocupaciones y “que-haceres” serán añadidos por Él. (Mateo 6:33)