devocional cristiano

SEAMOS VASOS DE PLÁSTICO

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Cuando damos nuestra vida a Cristo en respuesta a como él dio su vida por nosotros, una de nuestras primeras reacciones es “¿qué puedo hacer?”. Empezamos a pensar en cómo podemos servir en nuestras iglesias locales y cómo podemos ayudar en misiones. Comenzamos a dar de nuestro tiempo, energía y finanzas, porque queremos responder a ese amor por nosotros, y a causa de que él nos llama a ser parte de algo más grande que nuestras pequeñas vidas. ¿Recuerdas la primera vez que hiciste algo para Dios? Ese sentimiento de que Dios te usó para algo…¡es un sentimiento increíble!  El problema está cuando empezamos a comparar lo que hacemos para Jesús con lo que hacen otros. Puede que pienses: poner sillas para Dios es algo demasiado pequeño, veo que mi hermano/a tiene un grupo de hogar … eso es más grande y más importante para el Reino … ojalá yo pudiese hacer eso. Cuando nos comparamos, perdemos el enfoque del porqué hacemos lo que hacemos. Y lo peor es que perdemos el enfoque de para quién lo hacemos. 

Hace unos años estaba tirada en la cama una mañana, en el punto de semi-despierta/semi-dormida, pensando “Señor, hace tiempo que no hago algo grande para ti…no he escrito una nueva canción revolucionaria, ni he predicado a masas…aquí me tienes, ¡úsame!”. Fue entonces que vino un pensamiento a mi mente (suelo reconocer la voz de Dios cuando el pensamiento es más inteligente de lo que yo misma pensaría). Escuché que Dios me preguntó: 

- ¿cada cuanto quieres que te use?

- Todos los días - respondí yo.

- ¿Cada cuánto se utiliza una copa de vino o vaso de champán? 

- Pues en ocasiones especiales - pensé yo. 

Fue entonces que caí en cuenta, sí está bien querer hacer algo grande para Dios, de hecho él nos llama a santificarnos para poder ser usados como vasos de honra (2 Tim. 2:20-21). Sin embargo, yo no quiero ser un vaso o una copa que está en la estantería todo el año, esperando a que llegue la fecha especial en la que puede ser usada. Quiero estar disponible para él, de manera diaria. Supongo que lo que quiero decir es … quiero ser un vaso de plástico. Hay tantas oportunidades para servirlo de manera diaria, con cosas pequeñas que uno puede sentir que son insignificantes. Al fin y al cabo, la única manera de “hacer algo grande”, es siendo fiel con lo poco.

Nunca debemos olvidar que, algún día nos presentaremos delante de él con una corona para arrojar a sus pies. No se tú, pero yo quiero una gran corona para arrojar delante de él y para ello…seré un vaso de plástico. 

La boda de mi héroe

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Todos tenemos héroes en la vida, normalmente son personas que admiramos a lo lejos: deportistas, personajes bíblicos, líderes políticos o músicos. Nuestros héroes son personas que en algún momento de su vida hicieron algo que nos impresionó o vivieron de una manera que nos gustaría vivir. Personalmente, tengo el honor de que mi héroe es una de mis mejores amigas, no por algo específico que ha hecho, sino porque aunque ha sido difícil, ha escogido el camino hacia la libertad.

“Sara” (llamémosla así aunque no es su nombre real) tuvo una de las peores infancias que he escuchado. Desde los tres años recibió todo tipo de abuso y fue usada y vendida en redes de pornografía infantil. A los cinco años de edad ya tenía enfermedades de transmisión sexual y en medio de esa niñez tan caótica, todos los domingos asistía junto con su familia a una iglesia local. Aparentaban ser una familia relativamente normal, pero en privado eran una familia increíblemente disfuncional.

Aunque la historia de Sara es horrible, soy consciente de que hay muchas personas que han sufrido en la vida. Las estadísticas de niñas (y niños) abusados y violados antes de cumplir los doce años son aterradoras; no tienes que ser un experto en psicología para reconocer la enorme cantidad de gente dolida y rota que camina por el mundo. Aún así, quiero escribir un poco sobre Sara porque creo que hay gente en situaciones difíciles que pueden, al igual que yo, aprender de su vida.

Cuando conocí a Sara hace cinco años, ella acababa de salir de una institución mental en donde la sujetaban con camisa de fuerza. No obstante, su amor por la vida y su pasión por ser libre me hicieron acercarme a ella. Las dos decidimos que lucharíamos por más de Dios y por superar nuestros temores y complejos; decidimos dejar que otras personas entrasen en los lugares difíciles de nuestras vidas y nos confrontasen con amor. En varias ocasiones le dije cosas como: “Oye… me he dado cuenta de que tiendes a criticar a líderes por no prestarte atención suficiente. No sé si te has dado cuenta de esto, pero creo que no es del todo normal y no sé muy bien por qué lo haces”. Sara siempre reaccionaba de la misma manera: primero se quedaba callada unos segundos, luego se ponía a pensar y después decía algo como: “Yo tampoco sé por qué reacciono así, pero voy a hablarlo con el Señor. Gracias por decírmelo”. Unos días más tarde me enteraba de que Sara había pedido un día libre en su trabajo y se había ido con su cuaderno al parque para pasar un día entero con el Señor. No buscaba excusas ni dejaba pasar mucho tiempo, sino que luchaba por ser libre. Luchaba con el Señor y en varias ocasiones buscaba ayuda profesional, pero realmente, más allá de esto, la persona con la que más luchaba era consigo misma. Tuvo que decidir perdonar y tuvo que decidir rendir la autolástima.

Se que hay muchas personas que luchan en la vida, pero una vez más, tengo que decir que Sara es diferente. ¿Por qué? Porque hay muchas personas, y en especial muchas mujeres, que tristemente luchan por las razones incorrectas: luchan para que nadie les vuelva a hacer daño; luchan por aprender a saber en quién confiar y en quién no confiar; y luchan por ser independientes. Incluso lo espiritualizan diciendo cosas como: “Yo no necesito a nadie, solo al Señor”. Pero la realidad es que Dios nos creó para ser parte de un cuerpo y Sara es un ejemplo de cómo luchar por las razones correctas. Luchó por superar la autolástima y no usar su pasado para excusar su presente, luchó por aprender a ser transparente y vulnerable con otros; e incluso, luchó por confiar en Dios y no tener que tener todas las respuestas a sus “por qués”. Si hoy la conocieses, nunca adivinarías la vida que ha vivido, de hecho casi nadie sabe su historia. No porque le de vergüenza contarlo, sino porque no necesita contarlo a menos que Dios la guíe a hacerlo.

Decidir luchar por ser libres es una decisión difícil, porque si escogemos abrazar nuestro estado actual de trauma y dolor, y abrazar nuestro pasado como parte de nuestro presente, la gente sabrá la verdad: sabrán que nuestros padres, o hermanos, o pastores … o quien sea, son culpables por nuestro estado actual. Pero si escogemos perdonar y luchar por nuestra libertad como lo hizo Sara, la gente no sabrá la verdad y pensarán algo como: “Ah, mira que bien está Sara, seguro que su familia es perfecta y tuvo una infancia feliz”. En el caso de Sara, una señal de que realmente es libre, es el hecho de que no le importa lo que piensen los demás. No necesita defenderse, ni necesita explicar su situación. Piensen lo que piensen, ella está enamorada de Dios y es totalmente libre. Su pasado no determina su presente y no determinará su futuro.

Hace unas semanas tuve el honor de asistir a la boda de Sara, mi héroe (¿cuántas personas pueden decir que han ido a la boda de su héroe?). Pude presenciar, por primera vez en mi vida, la obra redentora de Dios en la vida de alguien desde el principio hasta el final (lloré “como una magdalena”, como decimos en España). Y esta obra, fue una obra con un final feliz. Conocí a Sara como una persona rota y atormentada y la vi casarse como una persona libre y llena de gozo, con un hombre absolutamente increíble, que superó cualquier expectativa que yo jamás hubiese tenido para ella. Además de estar totalmente enamorado de Sara, su marido está totalmente enamorado de Dios, ama con locura las naciones y las almas y viene de una familia unida y llena de amor, que ha abrazado a Sara como si fuese su hija. Verdaderamente Dios supera todas nuestras expectativas y es el experto en redención.

Segunda semana de grabación

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Hoy cumplimos una semana en el estudio de grabación. Hemos grabado casi todos los temas (diez de doce) y aunque vamos a seguir trabajando otras dos semanas después de esta, esta es la última semana de trabajo “pesado”, en la que estamos intentando crear un sonido acústico y fresco que pueda reforzar la letra de las canciones y llevar a la gente a la presencia de Dios.

Hace unas semanas, cuando todavía estábamos en España, nos juntamos todos los músicos para tener un fin de semana intenso de oración y ensayo. Durante ese fin de semana ensayamos todas las canciones y sacamos ideas de arreglos para luego poder enseñarle las ideas al productor. Además de ensayar, también tuvimos un tiempo de oración en el que apuntamos cosas que sentíamos que Dios quería hacer a través de este proyecto. Entre otras cosas oramos para que cuando la gente escuchase este disco, recibiese el gozo del Señor y sintiese el amor del Padre. Ahora que ya llevamos más de una semana grabando, tengo que admitir que, tristemente, ninguna de nuestras ideas musicales ha funcionado. Cada vez que intentamos grabar una canción nueva, no nos sale como esperábamos. ¡Hemos tenido que empezar de cero con cada canción! Lo curioso es que aunque ninguna idea musical ha funcionado, todo lo que sentimos orar se está desatando en el estudio. Cada canción está saturada de tanto gozo de Dios que estoy expectante de ver lo que Dios va a hacer con este disco en las vidas de aquellos que lo escuchan, y tengo que admitir que, aunque a ratos ha sido frustrante el que nuestras ideas no saliesen y que, aunque ha sido mucho trabajo el sacar cada canción de cero, prefiero trabajar con un grupo de músicos que escuchan a Dios y que “aciertan” con sus oraciones, a un grupo de músicos que tiene todas las ideas musicales claras y toca con perfección.

Nos quedan otras tres canciones y lo bueno es que creo que ya estamos aprendiendo la lección (mejor tarde que nunca). Es más importante mantenernos conectados a Su corazón que tener todo planeado a la perfección.

Dios anhela trabajar con nosotros

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Hace unos días me escribió mi amiga Sophie para preguntarme si quería unirme con un grupo de amigas a la mañana siguiente para salir y hacer evangelismo. Lo que solemos hacer es orar y pedirle a Dios que nos guíe para hablar con las personas que él ha preparado. Le pedimos que nos diga cosas específicas sobre las personas – qué necesidades tienen, qué aspecto físico, qué ropa llevan – y las apuntamos en una lista, luego salimos a la calle en busca de las personas en nuestra lista y nos acercamos a estas personas para orar por ellas y hablarles de Cristo. Esta vez en particular, cuando me escribió Sophie, estaba metiéndome en la cama con un pequeño dolor de garganta y sin saber muy bien si me despertaría con fuerzas para salir.

A la mañana siguiente me desperté mal. Sentía que tenía fiebre, me dolía la garganta y tuve que abrazar la realidad: el resfriado que ya había tenido medio Madrid me había alcanzado. Así que, todavía en la cama y con fiebre, le escribí un mensaje a mi amiga Sophie para decirla que no iba a ir. No obstante, todavía en la cama y fiebrosa, le envíe un mensaje rápido con una pequeña lista con cosas que podían buscar cuando saliesen a la calle. Realmente tenía fiebre, no me encontraba bien y ni siquiera pasé tiempo esperando en Dios, sino que escribí lo primero que me vino a la cabeza y luego seguí durmiendo:

– Alguien con un jersey de cuello alto rojo.
– Una mujer llamada Norma
– Dolor de espalda inferior
– Necesidad de reconciliación familiar.

Unas horas más tarde, cuando ya me había levantado, Sophie me envió otro mensaje: -“encontramos a la mujer del jersey rojo, pero no encontramos a Norma ni a nadie más. Gracias igualmente por la lista”.

Yo no le di mucha importancia al hecho de que no hubiesen encontrado las cosas en mi lista. A veces al intentar oír de Dios le oímos con claridad y otras veces tomamos pasos de fe y metemos la pata, eso es parte de “salir de la barca” y aprender. En esta ocasión, no me sorprendió para nada “no haber acertado”, al fin y al cabo ¡tenía fiebre!

Esa noche – después de haber pasado más de ocho horas – me volvió a escribir Sophie. Esta vez, me escribía desde el aeropuerto, ya que estaba saliendo de viaje:

– “¡Jaz! ¡no vas a creer lo que ha pasado! ¡Estoy en el aeropuerto y he conocido a Norma! La pregunté si tenía problemas de espalda inferior, me dijo que sí, me dejó orar por ella y fue totalmente sanada. Luego la pregunté si necesitaba restauración en su familia y también me dijo que sí, lloró mientras me habló sobre ello y pudimos orar juntas. ¡Gracias por enviarme la lista!”

Es increíble cuanto ama Dios a la gente. Les ama tanto que usará hasta un burro para hablarles…en esta ocasión, a alguien en la cama con fiebre. No sólo usó a alguien que estaba fiebrosa y enferma, sino que él sabía que horas y horas más tarde coincidiría Sophie en el aeropuerto con Norma y que “la fiebrosa” estaría en contacto con Sophie a lo largo de la mañana….¡increíble! Creo que a veces nuestra mente y nuestras fuerzas se meten en medio de nuestra habilidad de realmente escucharle con claridad. En esta ocasión mi mente no se pudo interponer porque no tenía la habidas para hacerlo. Muchas veces Intentamos discernir si estamos oyendo de Él o no y discutimos con nuestra mente (¿o seré yo la única que lo hace?) en vez de simplemente tomar el paso de fe. En este caso, el hecho de estar enferma me hizo no pensar y simplemente enviar un mensaje rápido y Dios, en su misericordia y soberanía lo usó para tocar a alguien de quien está locamente enamorado.

El año de vivir como hijos

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Estaba pensando en el año nuevo y en cómo empezar el año, y esto me llevó a pensar en todos los “unos de enero” y en todas las metas que he hecho a lo largo de los años. Luego, me empecé a preguntar sobre cuantas de estas metas realmente cumplí. No hay nada malo con ponernos retos y metas (de hecho tengo que confesar que soy un poco adicta al deporte de hacer listas y tachar tareas completadas), el problema está que el ponernos una meta suele llevar a una de dos emociones: 1. Si me pongo una meta y la cumplo, me siento orgullosa de mí misma (orgullo = problema) pero si me pongo una meta y fracaso, me machaco a mí misma, me siento como un fracaso y me desilusiono (desilusión = problema). Entonces, ¿cómo empezamos este año? ¿Cómo podemos retarnos a nosotros mismos de tal forma que al terminar el 2015 estemos más enamorados de Cristo y más apasionados por Su reino, sin estar ni orgullosos ni desanimados?

Antes de ir a la cruz, Jesús le dio a sus discípulos la clave para la felicidad. El día antes de lo que parecería en su momento el peor día de sus vidas, Jesús, su maestro les dice “¿quieres ser feliz? Lavaos los pies unos a otros”.  El servicio es la clave a la felicidad y qué mejor manera de empezar este año sino decidiendo servir. PERO, volvemos al mismo problema: si ponemos “servir más” en nuestra lista de metas, esto o bien nos puede llevar al orgullo o al desánimo. ¿Cómo lo hacemos?

Cuando miramos la vida de Cristo, vemos que su ministerio empezó escuchando la voz de Su padre cuando éste anunció: – “este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:13-17) y esta intimidad con el Padre nunca cesó. Vez tras vez se apartaba para estar con el Padre. Incluso le dijo a todos sus discípulos que todo lo que hacía (¡TODO!) era porque veía que el Padre lo hacía y que todo lo que decía era porque el Padre lo decía. (Juan 5 y Juan 12). Luego llega al final de su vida y dice:

Sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.  Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida…” (Juan 13:1-5).

Jesús pudo servir, porque su identidad estaba en que sabía que era el Hijo de Dios. No podía sentirse orgulloso de servir – no necesitaba poner su identidad en eso – porque era Hijo y no podía machacarse por fracasar porque su identidad estaba en que era Hijo.

Ahora tú y yo somos Hijos del Dios altísimos. Él fue el primogénito entre muchos hermanos y tú y yo somos hijos y co-herederos que estamos aprendiendo a sólo hacer lo que hace nuestro Padre y a sólo decir lo que dice nuestro Padre. Así que, si la clave para la felicidad es servir y la clave para servir es vivir como hijos, propongo que en vez de hacer una larga lista de “que-haceres”, entremos en el año recordándonos a nosotros mismos “soy Hijo” y descansando en esa verdad. Cuando sabemos que somos hijos, entonces podemos “ceñirnos la toalla y lavar los pies” y cuando “lavamos pies” … ¡somos garantizados el mejor año jamás! (Juan 13:17).

El llamado a la oración

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Hace unos días aterricé por primera vez en un país musulmán. Al bajarme del avión la primera cosa que vi fue un pequeño grupo de mujeres, totalmente tapadas, arrodilladas en el aeropuerto orando hacia la Mecca.

Durante los últimos días, varias veces al día, oigo el llamado a la oración. A las cinco de la mañana empieza a sonar desde la mezquita un llamado fuerte al que cientos de personas responden, poniéndose de rodillas y orando a su dios. No importa donde estén, en qué estén pensando o si les apetece o no, responden al llamado a la oración. Esto me ha llevado a preguntarme a mí misma, cómo sería la iglesia mundial, si todos los cristianos del mundo orasen cinco veces al día, proclamando que Jesús es el Señor.

La verdad es que podría escribir este blog y hacernos a todos sentirnos culpables por nuestra poca oración o podría escribir y retarnos a todos a orar tan a menudo como oran los musulmanes. Pero el cristianismo no se trata de eso. No se trata de orar porque tenemos que hacerlo o porque una iglesia nos dice “es tiempo de orar ¡para lo que haces y ora!”. De hecho, esto es lo que nos diferencia a nosotros de ellos. Todas las religiones del mundo intentan agradar a su Dios y perfeccionarse a sí mismos, pero nuestro Dios – el único y verdadero – supo que nunca podríamos cambiarnos y que no podríamos hacer nada para agradarle, así que se hizo hombre y murió, no para que orásemos cinco veces al día como acto religioso, sino que para que tuviésemos una relación de amistad y amor con Él. No se trata de obligarnos a buscarle, se trata de buscarle como respuesta a que él nos amo primero. No oro porque tengo que hacerlo, oro porque quiero conocerle más y porque quiero estar con Él. Al fin y al cabo, fuimos creados para tener una relación íntima con el creador.

Ahora que llevo varios días aquí, oyendo el llamado a la oración día tras día, me he empezado a preguntar a mí misma: Jaz, ¿cómo sería tu amistad con Dios si respondieses a Su llamado a la oración? A diferencia del pueblo musulmán, Dios no me llama a buscarle cinco veces al día, siempre al mismo tiempo y con las mismas palabras, sino que a lo largo del día susurra en mi oído “ven a pasar un tiempo conmigo” o “ey, estoy aquí” o pone una pequeña semilla de hambre en mi interior – un pequeño algo que anhela encontrarle más y estar con Él. Lo bueno del Cristianismo es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera, lo malo del Cristianismo, es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera…y muchas veces no quiero.

Al igual que el pueblo musulmán que responde al llamado sin importar lo que están haciendo o donde están, Dios nos llama a orar y muchas veces (por no decir todas), no tiene en cuenta si estamos en el aeropuerto, en el trabajo, si nos apetece, si teníamos otros planes o si estamos dormidos. Nos llama a estar con él, no como obligación sino como invitación y como hijos, estamos aprendiendo a responder a Su llamado a la oración. Estamos aprendiendo a dejarnos cautivar y enamorar más y más por Él. A dejar a un lado nuestro espíritu independiente y dejar que Él sea el que organiza nuestro horario.

No se tú, pero yo quiero responder a Su llamado a la oración. Quizás no podamos responder a este llamado en medio del trabajo  como lo haríamos en casa o quizás no podamos responder a las cinco de la mañana como lo haríamos a las once, pero si él nos llama, tiene que haber una forma de responder. Quizás sólo sea con una pequeña respuesta:
– “Ey, estoy aquí” – te dice tu amante.
– “Hola Señor, aquí estoy….gracias por llamarme por nombre” – contesta tu espíritu, en medio del ajetreo del día – “Gracias por hacerme libre para escogerte, libre para amarte, libre para responder al susurro de tu voz”.

Dejándole ser rey de nuestro tiempo

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El otro día paré en una gasolinera con mi amigo Andy. Al entrar Andy empezó a hablar con la mujer que estaba detrás del mostrador – “¿Qué ha pasado con su nieto?” – le preguntó Andy. El rostro de la mujer cambió cuando reconoció a Andy. Se le pusieron los ojos como platos y dijo: – “¡No te lo vas a creer! Los médicos le abrieron y no han encontrado nada. Su corazón está perfecto. Ha sido un miagro del cielo ¡se que lo ha sido!”.  A continuación, la mujer salió de detrás del mostrador y empezó a enseñarnos fotos en su celular de un precioso bebé recién nacido. Andy y esta mujer terminaron su conversación, se dieron un abrazo y salimos de la gasolinera.

Una vez en el coche, Andy empezó a contarme toda la historia. Dos semanas antes, Andy había parado en esta misma gasolinera con otro amigo. Mientras pagaban por la gasolina, no pudieron evitar escuchar la conversación entre la mujer de la gasolinera con su compañera de trabajo: -“¡Que dolor de espalda tengo hoy!” – dijo esta mujer. Andy miró a su amigo y su amigo le dijo en voz baja: – “Andy, ¡no tenemos tiempo! sabes que ya llegamos tarde”. Pero Andy no pudo resistirse: -“Perdone” dijo Andy a la mujer que estaba detrás del mostrador – “somos Cristianos y hemos visto como Dios ha sanado a mucha gente en el pasado. ¿Te importaría si oramos por su espalda?”. La mujer se quedó mirándoles fijamente y dijo. “La verdad, prefiero que oréis por mi nieto. Acaba de nacer y tiene muchos problemas de corazón. Mañana le van a operar para intentar hacer un arreglo temporal, pero igualmente va a necesitar un transplante”. Los dos chicos procedieron a hacer una oración rápida y salieron de la gasolinera.

Al entrar en el coche, el amigo de Andy le dijo: – “Andy, perdóname. Por andar con prisas yo no quería parar y orar, pero esta oración no ha tardado ni cinco minutos y quien sabe lo que puede haber hecho”. A penas dos semanas después tuve el privilegio de ver la respuesta de Dios a estos tres minutos de oración. El niño quedó totalmente sano, los médicos quedaron sorprendidos y esta mujer – que todavía no conoce a Dios – estaba dándole toda la gloria a Dios y admitiendo que fue un milagro del cielo.

Tantas veces vamos con prisa y “no tenemos tiempo” para mirar a nuestro al rededor y ver donde es que Dios se está moviendo ¿Qué pasaría si cediésemos nuestras agendas y horarios? ¿Qué pasaría si diésemos sólo tres minutos al día para traer el reino de Dios a la tierra? La mayoría de nosotros, creamos tiempo en nuestras agetreadas agendas para “tener nuestro devocional” (pasando tiempo con Él por la mañana o por la noche antes de dormir) pero no somos campaces de dejar que Él sea el dueño de nuestro tiempo a lo largo del día. Muchos le damos nuestra vida, pero nos cuesta darle nuestro tiempo.

Quiero retarte a ti – y retarme a mí misma – a parar, mirar y amar a la gente a nuestro al rededor. Sin horarios, sin agendas y sin intenciones más allá que amar y traer el reino de Dios a la tierra. Al fin y al cabo, si buscamos primero su reino, todas nuestras preocupaciones y “que-haceres” serán añadidos por Él. (Mateo 6:33)

El éxito es la obediencia

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(Si no has leído la entrada anterior titulada “Rindiéndonos al amor” te lo recomiendo antes de seguir leyendo)

Muchos de nosotros – por no decir todos – somos culpables de juzgar el éxito de la gente que nos rodea basado en sus hazañas. Por ejemplo: vemos a un abogado y pensamos “es exitoso” basado en la cantidad de dinero que gana y en la cantidad de trabajo que tiene o vemos a un evangelista y juzgamos su éxito conforme a la cantidad de almas que lleva a Cristo.

En Mateo 19 tenemos la historia de un hombre que viene a Cristo preguntándole “qué tiene que hacer para entrar al reino”. Jesús, sabiendo la situación del hombre – sabiendo que era bueno y que cumplía los mandamientos – le pidió que vendiese todo y que se lo diese a los pobres. El hombre se entristeció y se fue cabizbajo, incapaz de poder hacer lo que Jesús le había pedido.

La verdad es que en los ojos de la gente de este tiempo, este hombre era extremadamente exitoso, no sólo por su situación económica y laboral, sino porque seguía los mandamientos. No obstante, no vivía 100% rendido.

En el reino de Dios todo funciona al revés. Por ejemplo: en el mundo si alguien te hace daño, tú tienes el derecho de devolvérselo y si alguien te hace mal, no tienes porque perdonarles, pero en el reino es al revés. De la misma manera, en el mundo si alguien tiene fama (¡ojo! incluso fama dentro de un contexto cristiano como “ministro”), dinero o posiciones, es considerado exitoso. Pero en el reino de Dios, el éxito es la obediencia.

Vamos a pensar en un contexto Cristiano. Cada uno tenemos los cinco panes y dos peces que Dios nos ha dado (cada uno con nuestros propios talentos y dones), y lo lógico sería pensar que somos exitosos si Dios escoge multiplicar nuestros panes y peces.  De echo suele ser como juzgamos el éxito de nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Miramos a ver si Dios les está usando y juzgamos su éxito en relación a eso.

Aunque es verdad que si habitamos en Él nuestras vidas darán fruto y que nos conocerán por nuestros frutos; Y aunque es verdad que si somos fieles con lo poco, sobre mucho nos pondrá. También es verdad, que a los ojos de Dios nuestra rendición completa a Él es éxito en el reino.

Cuando yo vengo delante de Él y pongo a su disposición mis talentos y él escoge usar los talentos de mi hermano en vez de los míos. Yo estoy siendo exitosa, porque estoy viviendo en rendición.

Nuestro trabajo diario consiste en dos cosas:
1. Dejarnos ser amados por Él.
2. Rendirnos a Él.