Cristianos españoles

SEAMOS VASOS DE PLÁSTICO

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Cuando damos nuestra vida a Cristo en respuesta a como él dio su vida por nosotros, una de nuestras primeras reacciones es “¿qué puedo hacer?”. Empezamos a pensar en cómo podemos servir en nuestras iglesias locales y cómo podemos ayudar en misiones. Comenzamos a dar de nuestro tiempo, energía y finanzas, porque queremos responder a ese amor por nosotros, y a causa de que él nos llama a ser parte de algo más grande que nuestras pequeñas vidas. ¿Recuerdas la primera vez que hiciste algo para Dios? Ese sentimiento de que Dios te usó para algo…¡es un sentimiento increíble!  El problema está cuando empezamos a comparar lo que hacemos para Jesús con lo que hacen otros. Puede que pienses: poner sillas para Dios es algo demasiado pequeño, veo que mi hermano/a tiene un grupo de hogar … eso es más grande y más importante para el Reino … ojalá yo pudiese hacer eso. Cuando nos comparamos, perdemos el enfoque del porqué hacemos lo que hacemos. Y lo peor es que perdemos el enfoque de para quién lo hacemos. 

Hace unos años estaba tirada en la cama una mañana, en el punto de semi-despierta/semi-dormida, pensando “Señor, hace tiempo que no hago algo grande para ti…no he escrito una nueva canción revolucionaria, ni he predicado a masas…aquí me tienes, ¡úsame!”. Fue entonces que vino un pensamiento a mi mente (suelo reconocer la voz de Dios cuando el pensamiento es más inteligente de lo que yo misma pensaría). Escuché que Dios me preguntó: 

- ¿cada cuanto quieres que te use?

- Todos los días - respondí yo.

- ¿Cada cuánto se utiliza una copa de vino o vaso de champán? 

- Pues en ocasiones especiales - pensé yo. 

Fue entonces que caí en cuenta, sí está bien querer hacer algo grande para Dios, de hecho él nos llama a santificarnos para poder ser usados como vasos de honra (2 Tim. 2:20-21). Sin embargo, yo no quiero ser un vaso o una copa que está en la estantería todo el año, esperando a que llegue la fecha especial en la que puede ser usada. Quiero estar disponible para él, de manera diaria. Supongo que lo que quiero decir es … quiero ser un vaso de plástico. Hay tantas oportunidades para servirlo de manera diaria, con cosas pequeñas que uno puede sentir que son insignificantes. Al fin y al cabo, la única manera de “hacer algo grande”, es siendo fiel con lo poco.

Nunca debemos olvidar que, algún día nos presentaremos delante de él con una corona para arrojar a sus pies. No se tú, pero yo quiero una gran corona para arrojar delante de él y para ello…seré un vaso de plástico. 

Un nuevo nombre para Dios

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A lo largo del Antiguo Testamento tenemos múltiples historias en las que Dios hacía algo para el pueblo de Israel para enseñarles quien era Él. Dios hacía algo y ellos aprendían “este es nuestro Dios…el que hace tal cosa”. Por ejemplo: en Éxodo 17 Dios les ayudó a ganar una batalla y por consiguiente el pueblo aprendió que Dios era “Jehová Nissi” (nuestra bandera) y en el desierto cuando Dios les prometió que podrían caminar sin que sus pies se quemaran recibieron la revelación de que él era Jehová Rafa (el sanador). Después de que Dios les revelaba algo de su carácter, ellos pasaban de tener una imagen un tanto limitada de Dios a tener una imagen aunque sea un poquito más grande y podían por lo tanto acercarse a él con esta nueva visión de quien era él.

Creo que esto nos pasa a muchos de nosotros: quizás aprendamos que Dios es el proveedor porque hemos visto como ha provisto pero cuando nos enfrentamos a otra situación, una enfermedad por ejemplo – aunque puede que hayamos escuchado que él es el sanador – al no haberlo experimentado de primera mano empezamos a dudar. Pues bien, estos últimos meses Dios me ha enseñado de primera mano que uno de los nombres que había escuchado de él es real.

Todo empezó hace seis meses cuando llegó una chica Venezolana a la iglesia con su hermano de dieciséis años, nos contó que había huido de Venezuela como muchos otros Venezolanos y que había encontrado un sitio donde quedarse pero que en dicho sitio su hermano no podría quedarse. Mi marido y yo oramos y decidimos meterlo en nuestra casa mientras la hermana encontraba trabajo y rehacía su vida. Resumiendo una larguísima historia, a las pocas semanas, la chica nos llamó de camino al aeropuerto informándonos de que regresaba a Venezuela. Para los que no lo sepan: mi marido y yo estamos en fase de recién casados, queremos servir a Dios y anhelamos hacer lo que él quiera que hagamos pero si somos sinceros nunca nos imaginábamos que eso sería ser padres de un adolescente a los tres meses de casados. Con la noticia de la partida de la hermana los dos oramos seriamente: ¿Qué hacemos con este chico? No es mal chico pero por un lado no es creyente y nosotros no estamos en casa todo el tiempo para poder estar atentos de él y por otro lado lo que él necesita es una familia que esté en casa cuando él llegue de la escuela y le ayude con los deberes. Después de orar, mi marido sintió fuertemente que debíamos tenerle cinco meses y ayudar a integrarlo en la sociedad. Así que eso hicimos: encontramos una escuela, compramos el uniforme y los libros, le apuntamos a clases de inglés, intentamos ayudarle con matemáticas (fracasamos en este intento)…de noche a la mañana nuestra vida cambió y lo hicimos con gozo porque sabíamos que Dios había hablado. Como os podéis imaginar, además de hacerlo por obediencia, poco a poco nos empezamos a enamorar de este chico: venía de un contexto en el que nunca había tenido que estudiar, nunca había tenido que obedecer reglas y nunca había tenido que limpiar. Decir que nos sorprendió lo rápido que se adaptó no describe realmente lo que sentimos ¡este chico era (y es) excepcional! A pesar de estar varios cursos escolares por detrás del nivel escolar en España, ha puesto todo su empeño en intentar adelantar y avanzar.

El problema llegó cuando pasaban los meses y no encontrábamos familia para Él. Sabíamos que Dios nos había dicho que lo cuidásemos cinco meses, sin embargo pasaban los meses y la hermana no regresaba. Preguntamos a varias familias de la iglesia – de hecho llamamos a muchos pastores por todo el país en busca de una familia – pero nadie podía acogerlo. En España hay muchas leyes para proteger a niños menores de edad y si el gobierno oye de que tienes a un niño que no es tuyo pueden denunciarte y quitarte el niño de una manera bastante violenta y aunque nosotros sabíamos que esto no nos iba a pasar (porque teníamos una palabra clara del Señor), nadie más sentía de Dios tomar este paso arriesgado. Después de cuatro meses y medio empecé a hacer lo que nunca había imaginado: empecé a llamar a casas de acogida y orfanatos. Con cada llamada tenía el corazón en el pecho, era lo último que queríamos hacer y no tenía nada de sentido ¿porqué protegería Dios a un chico de una manera tan sobrenatural para luego dejarlo en un orfanato? Cuando ya habíamos perdido toda la esperanza pasó lo inesperado: una familia vino a hablar con nosotros. Nos dijeron que habían estado orando por este chico y con lágrimas en los ojos, nos dijeron que querían ayudar. La única condición que pusieron es que querían que el gobierno lo supiese y que tenerlo en su casa fuese totalmente legal. ¡Wow! No podíamos creer que alguien quisiese acogerlo de manera permanente y aunque estábamos increíblemente agradecidos, la realidad es que yo ya había hablado con múltiples instituciones y ONG’s y todos me habían dicho lo mismo: – en cuanto sepan que no eres familiar y que no tienes custodia te lo van a quitar. No obstante era la única opción que teníamos, así que llamé a servicios sociales y pedí cita para hablar con un educador social y así “confesar nuestro gran pecado”.

Llegó el día de la cita – el chico ya llevaba cuatro meses y tres semanas en casa y en una semana más mi marido y yo salíamos de viaje y no podíamos dejarlo en casa aunque quisiésemos, así que me preparé para salir para mi reunión con servicios sociales y antes de salir me senté para leer la Biblia. Llevo varios meses siguiendo un plan de estudio bíblico y ese día me tocaba leer el Salmo 68. Lo abrí y leí la frase “Padre de huérfanos…hace habitar en familia a los desamparados” y pensé “Señor, quiero creer que esto es verdad…ayúdame a creer que esto es verdad”. Salí de mi casa repitiéndome estas palabras con más incredulidad en mi mente que fe – Dios le había revelado esto a otros, ¿será que también podía revelármelo a mí?. Llegué al centro de servicios sociales y me senté en la oficina con la encargada de menores: le conté todo sin dejar ni un solo detalle fuera y le dije “tenemos unos amigos de la iglesia que quieren acogerlo y asumir toda la responsabilidad”, ella me miró y me preguntó: “¿qué iglesia”. Aquí en España mucha gente piensa que si no eres católico estás en una secta peligrosa y el admitir que no era una iglesia católica en mi mente era un riesgo aún mayor, pero decidí ser honesta así que le dije la verdad y le conté a que iglesia asistíamos, muy para mi sorpresa ella me dijo: “mi mejor amiga se casó con un pastor y viven en Estados Unidos, lleva años intentando convencerme de que vaya a esta iglesia tuya”. Me dio una gran sonrisa y me dijo que este chico había tenido muchísima suerte de encontrar no solo una familia que le ayudase sino dos! y que ella iba a hacer todo lo posible para que no nos lo quitasen y que además nos diesen todos los permisos para que la otra familia lo tuviese. ¡No me lo podía creer! Había escuchado y había leído que Dios era el Padre de los huérfanos, que ponía a los solitarios en familias pero no lo había visto de primera mano. Ahora, al igual que los Israelitas, tengo un nuevo nombre para Dios “el Padre de los huérfanos”. Él verdaderamente es quien dice Su palabra que es y aunque se (porque a estas alturas de la vida me conozco) que llegarán momentos en los que tenga temor y dude de otros aspectos de su carácter que no he visto de primera mano, se que él es el Padre de los huérfanos y él pone al huérfano en familias.

Dios anhela trabajar con nosotros

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Hace unos días me escribió mi amiga Sophie para preguntarme si quería unirme con un grupo de amigas a la mañana siguiente para salir y hacer evangelismo. Lo que solemos hacer es orar y pedirle a Dios que nos guíe para hablar con las personas que él ha preparado. Le pedimos que nos diga cosas específicas sobre las personas – qué necesidades tienen, qué aspecto físico, qué ropa llevan – y las apuntamos en una lista, luego salimos a la calle en busca de las personas en nuestra lista y nos acercamos a estas personas para orar por ellas y hablarles de Cristo. Esta vez en particular, cuando me escribió Sophie, estaba metiéndome en la cama con un pequeño dolor de garganta y sin saber muy bien si me despertaría con fuerzas para salir.

A la mañana siguiente me desperté mal. Sentía que tenía fiebre, me dolía la garganta y tuve que abrazar la realidad: el resfriado que ya había tenido medio Madrid me había alcanzado. Así que, todavía en la cama y con fiebre, le escribí un mensaje a mi amiga Sophie para decirla que no iba a ir. No obstante, todavía en la cama y fiebrosa, le envíe un mensaje rápido con una pequeña lista con cosas que podían buscar cuando saliesen a la calle. Realmente tenía fiebre, no me encontraba bien y ni siquiera pasé tiempo esperando en Dios, sino que escribí lo primero que me vino a la cabeza y luego seguí durmiendo:

– Alguien con un jersey de cuello alto rojo.
– Una mujer llamada Norma
– Dolor de espalda inferior
– Necesidad de reconciliación familiar.

Unas horas más tarde, cuando ya me había levantado, Sophie me envió otro mensaje: -“encontramos a la mujer del jersey rojo, pero no encontramos a Norma ni a nadie más. Gracias igualmente por la lista”.

Yo no le di mucha importancia al hecho de que no hubiesen encontrado las cosas en mi lista. A veces al intentar oír de Dios le oímos con claridad y otras veces tomamos pasos de fe y metemos la pata, eso es parte de “salir de la barca” y aprender. En esta ocasión, no me sorprendió para nada “no haber acertado”, al fin y al cabo ¡tenía fiebre!

Esa noche – después de haber pasado más de ocho horas – me volvió a escribir Sophie. Esta vez, me escribía desde el aeropuerto, ya que estaba saliendo de viaje:

– “¡Jaz! ¡no vas a creer lo que ha pasado! ¡Estoy en el aeropuerto y he conocido a Norma! La pregunté si tenía problemas de espalda inferior, me dijo que sí, me dejó orar por ella y fue totalmente sanada. Luego la pregunté si necesitaba restauración en su familia y también me dijo que sí, lloró mientras me habló sobre ello y pudimos orar juntas. ¡Gracias por enviarme la lista!”

Es increíble cuanto ama Dios a la gente. Les ama tanto que usará hasta un burro para hablarles…en esta ocasión, a alguien en la cama con fiebre. No sólo usó a alguien que estaba fiebrosa y enferma, sino que él sabía que horas y horas más tarde coincidiría Sophie en el aeropuerto con Norma y que “la fiebrosa” estaría en contacto con Sophie a lo largo de la mañana….¡increíble! Creo que a veces nuestra mente y nuestras fuerzas se meten en medio de nuestra habilidad de realmente escucharle con claridad. En esta ocasión mi mente no se pudo interponer porque no tenía la habidas para hacerlo. Muchas veces Intentamos discernir si estamos oyendo de Él o no y discutimos con nuestra mente (¿o seré yo la única que lo hace?) en vez de simplemente tomar el paso de fe. En este caso, el hecho de estar enferma me hizo no pensar y simplemente enviar un mensaje rápido y Dios, en su misericordia y soberanía lo usó para tocar a alguien de quien está locamente enamorado.

El año de vivir como hijos

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Estaba pensando en el año nuevo y en cómo empezar el año, y esto me llevó a pensar en todos los “unos de enero” y en todas las metas que he hecho a lo largo de los años. Luego, me empecé a preguntar sobre cuantas de estas metas realmente cumplí. No hay nada malo con ponernos retos y metas (de hecho tengo que confesar que soy un poco adicta al deporte de hacer listas y tachar tareas completadas), el problema está que el ponernos una meta suele llevar a una de dos emociones: 1. Si me pongo una meta y la cumplo, me siento orgullosa de mí misma (orgullo = problema) pero si me pongo una meta y fracaso, me machaco a mí misma, me siento como un fracaso y me desilusiono (desilusión = problema). Entonces, ¿cómo empezamos este año? ¿Cómo podemos retarnos a nosotros mismos de tal forma que al terminar el 2015 estemos más enamorados de Cristo y más apasionados por Su reino, sin estar ni orgullosos ni desanimados?

Antes de ir a la cruz, Jesús le dio a sus discípulos la clave para la felicidad. El día antes de lo que parecería en su momento el peor día de sus vidas, Jesús, su maestro les dice “¿quieres ser feliz? Lavaos los pies unos a otros”.  El servicio es la clave a la felicidad y qué mejor manera de empezar este año sino decidiendo servir. PERO, volvemos al mismo problema: si ponemos “servir más” en nuestra lista de metas, esto o bien nos puede llevar al orgullo o al desánimo. ¿Cómo lo hacemos?

Cuando miramos la vida de Cristo, vemos que su ministerio empezó escuchando la voz de Su padre cuando éste anunció: – “este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:13-17) y esta intimidad con el Padre nunca cesó. Vez tras vez se apartaba para estar con el Padre. Incluso le dijo a todos sus discípulos que todo lo que hacía (¡TODO!) era porque veía que el Padre lo hacía y que todo lo que decía era porque el Padre lo decía. (Juan 5 y Juan 12). Luego llega al final de su vida y dice:

Sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.  Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida…” (Juan 13:1-5).

Jesús pudo servir, porque su identidad estaba en que sabía que era el Hijo de Dios. No podía sentirse orgulloso de servir – no necesitaba poner su identidad en eso – porque era Hijo y no podía machacarse por fracasar porque su identidad estaba en que era Hijo.

Ahora tú y yo somos Hijos del Dios altísimos. Él fue el primogénito entre muchos hermanos y tú y yo somos hijos y co-herederos que estamos aprendiendo a sólo hacer lo que hace nuestro Padre y a sólo decir lo que dice nuestro Padre. Así que, si la clave para la felicidad es servir y la clave para servir es vivir como hijos, propongo que en vez de hacer una larga lista de “que-haceres”, entremos en el año recordándonos a nosotros mismos “soy Hijo” y descansando en esa verdad. Cuando sabemos que somos hijos, entonces podemos “ceñirnos la toalla y lavar los pies” y cuando “lavamos pies” … ¡somos garantizados el mejor año jamás! (Juan 13:17).

La primavera está llegando

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enía otra cosa en mente para el siguiente post en mi blog, pero sucedió algo hace unos días demasiado bueno para no compartir.

Hace tres días entré a una tienda con una amiga con el propósito de recibir una palabra de parte de Dios para la mujer que estaba trabajando allí. Después de dar una vuelta y mirar los artículos de la tienda, ninguna de las dos teníamos una palabra fuerte para ella, pero sentimos decirla que nos gustaba su corazón de Madre. Así que, cuando fuimos a salir de la tienda y ella nos dijo su “gracias por venir” habitual, nosotras la contestamos “antes de irnos, sólo queríamos decirte que somos creyentes y que nos encanta el corazón de madre que tienes”. De repente se le pusieron los ojos como platos y dijo:

– ¿Hacéis reiki?
– No – contestamos nosotras – preferimos movernos con el Espíritu Santo.
– ¡Ah! pues deberíais probar reiki – dijo ella – no se opone al Espíritu Santo y puede que funcionen bien juntos.
– Um…¿pues qué te parece si oramos por ti y así puedes sentir al Espíritu Santo y comparar los dos a ver que te gusta más?
– ¡Vale! – dijo ella – ¿qué tengo que hacer?

Oramos por ella y empezó a sentir el calor de Dios. Nosotras la explicamos, que cuando sientes la presencia de Dios, siempre está saturado de Su amor, porque Dios es amor. Luego la preguntamos si tenía problemas de espalda a lo que sorprendida, dijo que sí. Pudimos orar por su espalda ¡y fue totalmente sanada! Después nos preguntó:

– ¿Cómo sabíais que tenía problemas de espalda?
– Bueno – contestamos nosotras – hablamos con Dios y Él nos lo dijo.
– Ah – dijo ella – ¿podríais preguntarle como se llama mi angel de la guarda?
– Bueno, podríamos preguntárselo – dijimos nosotras – pero una vez que tienes una relación con Dios, no te importan los ángeles. Sabes que están allí, pero estás tan enamorada de Dios que no te molestas en hablar con los ángeles. Sería como hablar con un perro cuando tienes un amigo delante.
– Uff – contestó ella – yo he pensado en hablar con Dios pero me da mucho miedo.
– Sí, Dios da mucho miedo – dijimos nosotras – pero es porque es perfecto. Nosotras no podríamos hablar con Dios si no fuese por Cristo.

Luego proseguimos a explicarla como todos somos pecadores y necesitábamos un intermediario para poder acercarnos a Cristo. La dijimos que Dios tuvo que hacerse hombre para que nosotros pudiésemos conocerle.

– ¿Sabes cuál es la diferencia entre todas las religiones del mundo y el Cristianismo? – la pregunté – En todas las religiones del mundo te estás esforzando para agradar a un Dios o para cambiarte a ti mismo, y el Cristianismo es la única religión del mundo que admite que nunca podremos. Otras religiones se esfuerzan para alcanzar a alguien, pero Dios se hizo hombre y vino al mundo para alcanzarnos a nosotros.
– Wow – dijo ella – nunca lo había pensado así, pero ¡es verdad! ¿qué tengo que hacer para conocer a Cristo?

Pudimos decirla que tenía que pedir perdón por sus pecados y aceptar a Cristo como salvador. La dimos un evangelio, oramos con ella y la dimos nuestro teléfono. ¡gloria a Dios!

Quería contar esta historia, no sólo para celebrar una gran victoria y una fiesta en el cielo, sino también porque creo que es un testimonio más de que es el tiempo para España. Estamos empezando a ver los brotes verdes de la primavera. Cosas que han sido profetizadas y declaradas durante años están empezando a suceder; cosas que yo honestamente pensé que igual, si Dios era muy muy bueno, mis hijos o nietos podrían algún día ver….¡y lo estamos viendo ahora!

Tenemos el mandato de “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Puede sonar como una misión muy grande, pero no lo es. El verbo “ir” en el Griego original, no se refiere tanto a “hacer las maletas y salir a otro país” sino que es “mientras vas”. Mientras vas a clase trae el reino, mientras estás en el trabajo, mientras cenas con la familia…mientras vas a una tienda, predica el evangelio a toda criatura.  “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos.  Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros á su mies” (Mateo 9:37 y 38).