Hace unos días aterricé por primera vez en un país musulmán. Al bajarme del avión la primera cosa que vi fue un pequeño grupo de mujeres, totalmente tapadas, arrodilladas en el aeropuerto orando hacia la Mecca.
Durante los últimos días, varias veces al día, oigo el llamado a la oración. A las cinco de la mañana empieza a sonar desde la mezquita un llamado fuerte al que cientos de personas responden, poniéndose de rodillas y orando a su dios. No importa donde estén, en qué estén pensando o si les apetece o no, responden al llamado a la oración. Esto me ha llevado a preguntarme a mí misma, cómo sería la iglesia mundial, si todos los cristianos del mundo orasen cinco veces al día, proclamando que Jesús es el Señor.
La verdad es que podría escribir este blog y hacernos a todos sentirnos culpables por nuestra poca oración o podría escribir y retarnos a todos a orar tan a menudo como oran los musulmanes. Pero el cristianismo no se trata de eso. No se trata de orar porque tenemos que hacerlo o porque una iglesia nos dice “es tiempo de orar ¡para lo que haces y ora!”. De hecho, esto es lo que nos diferencia a nosotros de ellos. Todas las religiones del mundo intentan agradar a su Dios y perfeccionarse a sí mismos, pero nuestro Dios – el único y verdadero – supo que nunca podríamos cambiarnos y que no podríamos hacer nada para agradarle, así que se hizo hombre y murió, no para que orásemos cinco veces al día como acto religioso, sino que para que tuviésemos una relación de amistad y amor con Él. No se trata de obligarnos a buscarle, se trata de buscarle como respuesta a que él nos amo primero. No oro porque tengo que hacerlo, oro porque quiero conocerle más y porque quiero estar con Él. Al fin y al cabo, fuimos creados para tener una relación íntima con el creador.
Ahora que llevo varios días aquí, oyendo el llamado a la oración día tras día, me he empezado a preguntar a mí misma: Jaz, ¿cómo sería tu amistad con Dios si respondieses a Su llamado a la oración? A diferencia del pueblo musulmán, Dios no me llama a buscarle cinco veces al día, siempre al mismo tiempo y con las mismas palabras, sino que a lo largo del día susurra en mi oído “ven a pasar un tiempo conmigo” o “ey, estoy aquí” o pone una pequeña semilla de hambre en mi interior – un pequeño algo que anhela encontrarle más y estar con Él. Lo bueno del Cristianismo es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera, lo malo del Cristianismo, es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera…y muchas veces no quiero.
Al igual que el pueblo musulmán que responde al llamado sin importar lo que están haciendo o donde están, Dios nos llama a orar y muchas veces (por no decir todas), no tiene en cuenta si estamos en el aeropuerto, en el trabajo, si nos apetece, si teníamos otros planes o si estamos dormidos. Nos llama a estar con él, no como obligación sino como invitación y como hijos, estamos aprendiendo a responder a Su llamado a la oración. Estamos aprendiendo a dejarnos cautivar y enamorar más y más por Él. A dejar a un lado nuestro espíritu independiente y dejar que Él sea el que organiza nuestro horario.
No se tú, pero yo quiero responder a Su llamado a la oración. Quizás no podamos responder a este llamado en medio del trabajo como lo haríamos en casa o quizás no podamos responder a las cinco de la mañana como lo haríamos a las once, pero si él nos llama, tiene que haber una forma de responder. Quizás sólo sea con una pequeña respuesta:
– “Ey, estoy aquí” – te dice tu amante.
– “Hola Señor, aquí estoy….gracias por llamarme por nombre” – contesta tu espíritu, en medio del ajetreo del día – “Gracias por hacerme libre para escogerte, libre para amarte, libre para responder al susurro de tu voz”.