Los últimos dos meses han estado llenos de transición. Me he mudado de un lugar cómodo a una nueva ciudad. De un lugar donde un 90% de la gente a la que veía eran Cristianos apasionados, a un lugar donde el 0.01% son Cristianos. Una vez más he visto la fidelidad de Dios en todo: en la gente que ha puesto en mi camino, en Su provisión, en puertas abiertas para ministrar y traer Su reino y en Su dulce presencia que nunca ha parado de acompañarme.
El otro día iba andando por la calle aquí en Barcelona con mi amiga Carla y no se en qué estaba pensando que me hizo decirla:
-¡Tia (aquí en España nos llamamos “tía” o “tío” los unos a los otros), quiero ver a cada persona enferma ser sanada!
Carla me contestó sencillamente:
– bueno, pues podemos orar por la próxima persona enferma que veamos ¿no?
Justo en ese momento venía caminando hacia nosotras un señor mayor encorvado con su bastón. Así que la dije a Carla:
– mira…¿oramos por este?
Nos acercamos al Señor, llamado Enrique, y le preguntamos si podríamos orar por él. Él felizmente y con una gran sonrisa, nos contestó
– no hijas, no hace falta, si yo rezo todos los días.
– bueno, ¿nos dejaría orar igualmente? – le contestamos.
– está bien – dijo Enrique – pero tengo que seguir andando que si me paro me duele más.
Pusimos nuestras manos sobre su espalda y mientras él seguía caminando y nosotras caminábamos junto a él, hicimos una oración rápida. La primera vez que oramos, no sucedió nada, así que le preguntamos si podíamos volver a orar. Volvimos a orar y de repente el Señor Enrique se paró.
– ¡siento calor en la espalda! – dijo – y uyyyy ¡que blandito me siento! ¡me duele muchísimo muchísimo menos! ¿Será que Dios os escucha a vosotras más que a mí? ¡yo rezo todos los días! ¿me podríais apuntar lo que habéis rezado?
– Bueno Señor Enrique, nosotras no hemos hecho ninguna oración aprendida – le dije – simplemente hemos hablado con Dios como se habla con un amigo y Dios le ama tanto que quiere sanarlo.
Aunque no pudimos presentarle el mensaje claro del evangelio, él se encontró con un Dios vivo y personal. Desde entonces he vuelto a ver al Señor Enrique y siempre me saluda y me deja orar por él. Poco a poco, el Reino avanza y se extiende como la levadura.
Da igual en que país estemos, en que situación, con que tipo de gente, Su Reino se extiende. Da igual cuanto dinero tengamos, nuestro nivel de influencia o nuestras posiciones de liderazgo, él anhela extender Su Reino a través de nosotros. Y es sencillo. Traer Su Reino no tiene que ser algo complicado. Simplemente se trata de ser conscientes de Su presencia y “detenernos por el de enfrente” (como dice Heidi Baker).