Manchas en el vestido 

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Una vez escuché de una chica cuyo vestido de novia se rajó unos minutos antes de comenzar la boda. Varios amigos míos asistieron a la boda y me contaron entre risas, cómo sucedió: Todos estaban sentados esperando la entrada triunfal de la novia, todos, incluyendo el novio que estaba nervioso y ansioso. De repente la madre de la novia se acercó corriendo a la madre del novio y le susurró algo al oído. Ella mostró pánico en su rostro y fue corriendo a otra mujer que estaba sentada esperando el comienzo de la ceremonia. Cuando llegó a ella, también le susurró algo al oído y rápidamente las tres mujeres salieron corriendo. Todos se quedaron confundidos, esperando sin saber qué sucedía. Mientras tanto, las tres mujeres estaban evaluando la solución: una raja en el vestido de novia. Una de ellas tenía un kit de costura y rápidamente se pusieron manos a la obra para arreglar la situación. Gracias a sus manos de sastre y talento, el problema no fue grave y se recuerda como una anécdota divertida en la mente de los novios. Sin embargo, a mí me hizo pensar en el día de la boda De la Iglesia con el cordero. 

La Palabra dice que nos presentaremos sin mancha ni arruga. Quizás si eres un hombre leyendo esto, te cueste un poco más imaginártelo, pero como mujer, yo me acuerdo del día de mi boda y si hubiese tenido una mancha o, como en el caso de la chica mencionada, una raja, hubiese querido que alguien me lo dijese y que alguien viniese a arreglarlo o lavarlo de inmediato. Al fin y al cabo: era uno de los días más importantes de mi vida. Sin embargo, a la mayoría de nosotros, no nos gusta que nos digan que tenemos “manchas” aunque todos los tenemos. Todos tenemos puntos ciegos y bagaje de nuestro pasado que “ensucia” un poco el vestido. La pregunta que ronda en mi cabeza es: si realmente creyésemos que nos vamos a presentar en una boda delante de Jesús, ¿cómo reaccionaríamos a la corrección del hombre?. Si soy totalmente sincera, algo en mí se pone a la defensiva cuando otros me dicen que hago algo mal. Soy consciente de que hay maneras de decir las cosas y que muchos corrigen sin amor, el punto de este artículo no es cómo corregir o cómo amarnos mejor (obviamente tenemos mucho que aprender en este departamento), sino cuánto deseamos genuinamente quitar esas manchas y arrugas de nuestro vestido. 

Un tiempo atrás, me contactó alguien que sentía que Dios le estaba llamando a estar en ministerio a tiempo completo. Había caído en una adicción sexual un tiempo atrás y aunque llevaba años caminando en libertad, quería asegurarse de que ese problema que había tenido estaba sacado de raíz antes de comenzar a servir a Dios de una manera más pública. Es por ello que estaba buscando a un consejero o sicólogo cristiano que pudiese asesorarle y me contactó para que yo le recomendase a alguien. Aunque era una conversación corta y superficial, me impresionó inmensamente. ¡Alguien quería sacar las manchas de vestido sin importar lo que otros pensasen de él! 

Tenemos tanto miedo a que otros vean nuestra imperfección, cuando en realidad nuestra pasión debería de ser que sí lo viesen, para así poder limpiar esas manchas que tenemos en el vestido. Uno de mis sueños es ver a una iglesia global vulnerable, llena de líderes que tienen a gente en su vida para “limpiar esas manchas” y llena de personas que no caminan con máscaras, sino que pueden descansar en su imperfección. Sabiendo que ninguno somos perfectos, sino que todos estamos en este proceso de “coser las rajas en el vestido” antes de presentarnos delante del amado. ¿Y tú? ¿Tienes a gente en tu vida que pueda corregirte con amor? ¿Eres libre para caminar sin una máscara? Recuerda que la meta de esta vida no es que la gente piense que eres perfecto, sino que todo en esta vida, se trata de la que viene.