Cuando llegamos a Cristo, no hace falta que nos expliquen que debemos apasionarnos por Jesús. Nadie nos dice que ya no debemos ser fríos, sino que debemos ser calientes. No hace falta que nos digan estas cosas porque la simple revelación de que un Dios santo, nos amó a nosotros, pecadores sucios, es suficiente para apasionarnos locamente de Él. De repente, nos encontramos cantando canciones en las cuales declaramos nuestro amor eterno a un Dios invisible, empezamos a servir sea donde sea y como sea, sin importar el día de la semana, la hora o cualquier compromiso previo que tuviésemos. De pronto nuestra vida se resume en una palabra: Cristo. Su persona nos consume y todo nuestro horario y nuestras decisiones comienzan a girar al rededor de él y del avance de su reino. Lo que sentimos en ese momento, es que nada ni nadie nos podrá apagar.
¿Qué sucede entre el momento en el que estamos apasionados y el momento en el que estamos tibios? Es sencillo: vivimos en un mundo roto, y por mucho que queramos huir de esa realidad, con poco tiempo en nuestro camino de fe, seremos recordados de esta verdad. La vida que vivimos en este planeta, nos ofrecerá oportunidad tras oportunidad de dejar enfriar nuestra fe. Estas oportunidades, son oportunidades de ser tibios, y no se presentan de manera descarada, sino que suelen ser muy sutiles. La inmensa mayoría de las veces, aquellos que aceptan estas oportunidades, ni siquiera se dan cuenta de que lo están haciendo. ¿Cómo sucede entonces? Puede que estuviesen agarrados a una promesa de Dios que no se cumpliese, quizás intentaron dejar una adicción y no lo consiguieron tan rápidamente como pensaron, o quizás pasó algo a lo largo de su caminar que no quisieron perdonar. Fuera lo que fuera, abrazaron la oportunidad. La oportunidad de dejar enfriar su fe y abrazar la tibieza. La oportunidad de conformarse. Desafortunadamente, nuestras iglesias están llenas de estas personas, aquellos que una vez ardieron, pero que ahora simplemente asisten. Puede que todavía levanten las manos en la alabanza y quizás, incluso sirven de alguna manera u otra, pero la llama que una vez ardía ya no arde. Hace unos meses, estuve hablando con alguien así. Un amigo que había intentado dejar una adicción, no lo había conseguido y aunque seguía asistiendo a todas las reuniones correctas e incluso haciendo su devocional, la pasión que originalmente tenía ya no estaba. Al poco tiempo, me di cuenta que al igual que a él, la vida también me estaba ofreciendo esta oportunidad de ser tibia. Tuve una pequeña desilusión: algo por lo que había orado, no se cumplió y el conformarme estaba tocando a mi puerta. Fue en ese momento que tuve que tomar una decisión: abro esa puerta o ante la dificultad, escojo ser un verdadero discípulo que decide arder, pase lo que pase y venga lo que venga.
Jesús nos dejó muy claro que la puerta sería estrecha y que prefería que estuviésemos fríos o calientes antes que tibios (Apo. 3:16) Así que, ¿qué hacemos para no abrazar la oportunidad de ser tibios? En mi opinión, no requiere una obsesión o un temor con el tema, sino un simple análisis. Al igual que los coches deben ir al taller una vez al año para su cambio de aceite, nosotros también debemos parar el motor de vez en cuando y analizar, delante del Padre, el tamaño de nuestra llama. Preguntarnos si en algún momento hemos dejado de ser verdaderos discípulos, por ser simples cristianos.
Si te sientes identificado o sabes que la oportunidad de ser tibio está delante de ti, aquí van algunas preguntas que puede que te sirvan para analizar y responder:
¿Te has desilusionado con algo en tu caminar con Dios?
¿Hay alguien a quien no quieras perdonar? En caso de que hayas perdonado ¿puedes estar delante de esa persona feliz? ¿Puedes desearles lo mejor o hay una parte de ti que quiere que las cosas le vayan mal?
¿Hay algo por lo que orabas que ya no oras porque no tienes fe de que se cumpla?
¿Te has resignado a simplemente ir a la iglesia por frustración con tu propio crecimiento?
¿Te has dado por vencido con una adicción o tentación?