Hace unos meses mi esposo y yo viajamos a Estados Unidos donde estuvimos sirviendo varios meses a un ministerio juvenil. Dios no solo nos proveyó milagrosamente para el viaje sino que además alguien nos prestó una casita solo para nosotros y un coche para poder movernos durante nuestra estadía. Aunque nos gustaba nuestra casita, la mayoría de las semanas no dormíamos allí, sino que nos hospedábamos de lunes a viernes en un campamento con niños o adolescentes y regresábamos a la casa para descansar durante el fin de semana.
En una ocasión, tras estar toda la semana fuera sirviendo, llegamos a la casa y nos encontramos con una sorpresa…¡la casa entera apestaba! No sabíamos de donde provenía el olor pero rápidamente nos pusimos a intentar solucionar el problema. Abrimos todas las ventanas, revisamos las tuberías del baño y miramos en la basura de la cocina pero no encontrábamos de donde venía el mal olor. ¿Nuestra solución? salir a comprar velas. Compramos varias velas y un spray ambientador seguros de que esto resolvería el problema. Pero tras varias horas de tener las ventanas abiertas y las velas prendidas, el olor seguía igual de fuerte. Cuando llegó la hora de dormir, simplemente no podíamos en el cuarto, ¡el olor era demasiado fuerte! Así que movimos todas nuestras cosas al cuarto de al lado…pues aunque el olor seguía llegando hasta allí, por lo menos era lo suficientemente sutil para poder dormir. Dormimos varias noches en el otro cuarto con la esperanza de que a la mañana siguiente olería un poquito menos, pero desafortunadamente no era así, la casa - y especialmente el cuarto - seguían apestando. La verdad es que nos daba vergüenza llamar al dueño de la casa - al fin y al cabo nos lo había prestado de manera gratuita y no queríamos ser un incordio - pero no sabíamos qué más hacer. Tras una rápida llamada llegó Kurt - ¡nuestra salvación! y lo que sucedió después fue increíble. Kurt abrió la puerta de la casa, levantó la nariz hacia el cielo y dijo “ay Españoles…no saben nada”, su nariz lo llevó directo al cuarto donde se agachó para mirar debajo de un mueble y extendió la mano sacando de debajo del mueble ¡una pequeña trampa con un ratón muerto!
Nosotros estuvimos días buscando la procedencia del mal olor sin ningún éxito, pero Kurt lo encontró en menos de dos minutos ¿por qué? Porque él sabía lo que estaba buscando y por lo tanto, para él el olor tenía una procedencia obvia.
Esto me llevó a pensar en la amargura y la falta del perdón. A lo largo de los años he conocido a tanta gente que verdaderamente quiere crecer en su relación con Dios pero no sabe que es lo que les frena de poder ser libres. Por mucho que lo intenten no encuentran de donde viene “el mal olor” y por mucho que pongan velas y compren ambientadores, el olor sigue allí. Y aunque a ellos les cueste verlo, para otros la procedencia del mal olor suele ser obvio. Simplemente necesitan perdonar.
Kurt llegó y tiró el ratón muerto al basurero de la calle e instantáneamente se fue el mal olor. El perdón es igual. Puede que no sea fácil pero en cuanto uno perdona, ese “mal olor” - esa cosa que te frena de ser libre - se va y lo que antes podía ser obvio para los que te rodeaban de repente ya no está. Así que, si tú te encuentras luchando con algo que te frena de ser totalmente libre, pregúntale a Dios si quizás no sea el que simplemente tienes que perdonar. Quizás al principio no sea fácil, pero créeme: merecerá la pena vivir sin ese “mal olor”.